Por José Antonio Cris Valdés. Publicado originalmente en Comikaze #24 (julio de 2014).
Entrevistado en Francia en el año de 1977, Philip K. Dick dijo que en Norteamérica sus libros eran considerados textos menores, cuentos para niños y adolescentes y uno que otro inadaptado. En su época, la ciencia ficción padecía lo que probablemente sufren hoy los cómics: el estigma de la ñoñéz y el supuesto infantilismo.
En realidad, quien no se permite un asomo a su grandioso y extenso mundo, se queda con la idea del superhéroe simplón de calzones encima de las mallas, para niños y nerds. Tapones mentales, o mejor dicho: una mala interpretación de los lenguajes.
Con el tiempo, la ciencia ficción demostró que tenía mucho que decir y que si bien partía de la fantasía y de realidades imaginadas, sus reflexiones humanas y sociales podían ser más contundentes que las de cualquier novela, crónica o ensayo. El género que contaba historias del futuro, de otros mundos o de tecnologías híper-avanzadas, terminaba siempre, a través de la metáfora, hablando sobre nosotros mismos. Reflexiones que no eran sino bofetadas en torno a nuestro hoy continuo.
En Trillium, el cómic de ciencia ficción de Jeff Lemire (Essex County Trilogy, Sweet Tooth, The Nobody, Animal Man), se presentan todos estos elementos.
Se trata de una historia ubicada en el futuro… y en el pasado… y… bueno, en el fluir del espacio-tiempo, y que desde el punto de vista de quien esto escribe, es una invitación a la reflexión sobre las posibilidades del lenguaje humano.
Trillium enlaza dos historias que corren a la par, pero en contextos diferentes: una en la Inglaterra de 1921, donde el soldado William Pike enfrenta a los fantasmas de su pasado en la Primera Guerra Mundial, al tiempo que se embarca con su hermano Clayton a la amazonia peruana en busca del templo perdido de los incas. Por el otro lado (literalmente en el otro extremo del cómic, ya que el primer número se presentó en formato flipbook), en el futuro año 3797, la científica especialista en botánica Nika Temsmith explora el planeta Atabithi bajo las órdenes de la áspera comandante Pohl, en busca de plantíos de trillium, la única flor que contiene los elementos para neutralizar un ente epidemiológico (The Caul) que ha reducido la población humana a poco más de mil personas.
Pero llegar a ambos tesoros no será cosa fácil: cada uno está protegido por herméticas tribus nativas cuyos lenguajes son desconocidos por Nika y William (ya decía yo que la historia en realidad cuestiona la forma de comunicación del ser humano).
Así, en dos tiempos distintos y dos mundos distintos, dos seres humanos no logran comunicarse con su propio mundo, en su propio tiempo; se sienten ajenos pues han sido marcados por experiencias traumáticas que los atormentan y los impulsan a buscarse, sin saberlo, en otro lado. Y a pesar de que tanto la tribu salvaje de la jungla amazónica como la azulada comunidad alienígena de Atabithi hablan lenguajes ajenos a los héroes de este cómic, ambos son atraídos a ellos de forma casi hipnótica; lograr establecer comunicación con cada tribu sin morir en el intento será fundamental para el desarrollo de la trama. Trillium es, per se, una oda al lenguaje.
Arriesgándome a profundizar de más en la lectura del cómic, diría que Lemire hace una reflexión filosófica sobre qué es la realidad y si esta existe o es sólo una construcción idealizada, producto de nuestras percepciones. Lemire parece decir que no nos está contando dos historias distintas, sino una misma historia, universal, porque el mundo es uno y el espacio-tiempo nos incluye a todos, por igual. ¿Cuándo y dónde? Eso es percepción nuestra. En el fondo, Lemire es un hippie.
Lo interesante es la forma en la que se cuenta la historia: con el ánimo de adentrarnos a la deconstrucción espacio-temporal que Trillium propone, Lemire plantea distintas formas de lectura en cada entrega. Allende el fondo, la forma involucra al lector en la continuidad y en ocasiones leeremos un flipbook (¿Qué lado leer primero? No importa, decídalo el lector, que a fin de cuentas llegará al mismo lugar: el punto de encuentro entre dos mundos), y en otras tendremos que voltear una y otra vez el cómic, pues el enlace de las historias se va estrechando. En algún otro número la historia se sigue únicamente leyendo la mitad superior del cómic, sin hacer caso a la mitad inferior, que habrá de leerse después…
Con Trillium, Lemire presenta una metáfora de las infinitas posibilidades del lenguaje, de la posibilidad de lo imposible: el amor entre dos seres con más de mil 800 años de diferencia entre ellos. ¿Se trata entonces de una historia de amor? No en realidad. Imposible clarificarlo sin arruinarles la lectura, pero digamos que Trillium va más allá del viaje al pasado del doctor Emmett Brown para terminar enamorándose de Clara (¿Todos vimos Back to the future III, verdad?), y sin embargo Lemire presume estar narrándonos la más grande historia de amor jamás contada.
Cabe mencionar que el críptico lenguaje utilizado por los habitantes de Atabithi no se trata de glifos sin sentido. El autor desarrolla un lenguaje que reta al lector a la comprensión. Incluso el trillium mismo funciona como una metáfora del lenguaje universal, pues cuando la flor es consumida por Nika y William, estos entran en una especie de trance que permite a nuestros héroes comunicarse (el idioma inglés de 1921 y el de 3797 son mutuamente incomprensibles), pero no sólo a través del habla, sino de conexiones metafísicas. Una clara referencia a las formas espirituales de lenguaje místico de culturas como la de los huicholes y su comunicación con los dioses a través del consumo del peyote (por mencionar sólo una de tantas referencias culturales evidentes en esta obra).
Con argumento, historia y lápices del propio Lemire, Trillium es una historia en la que las realidades se mezclan, enloqueciendo a los personajes al grado de perder la cordura. Nominada al Eisner en la categoría de Mejor Serie Limitada (2014), encuentras el compilatorio con toda la historia en este link de Amazon.
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Nuestro colaborador
Cris Valdés ha sido articulista, fotógrafo y corrector de estilo en revistas como Indie Rocks!, Replicante, Ticket Master, Velocidad Crítica (Monterrey) y Comunidad Ibero. Entre sus mayores orgullos está haber “actuado” en el programa Hasta en las mejores familias, al lado de Carmen Salinas.
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