Por Alberto Calvo
Hace unos años Panini Comics México adquirió la licencia para publicar los títulos del Millarworld, línea de cómics creados por el escocés Mark Millar, y desde entonces he traducido varios de ellos, por lo que he tenido oportunidad de analizar a fondo sus historias y estructuras narrativas. A casi seis años de su publicación en números dobles, la editorial acaba de lanzar una versión en pasta dura de Supercrooks, título que podría traducirse como “super-rufianes”, y que es una de las obras que yo traduje.
El arte en esta historia corre a cargo del filipino Leinil Yu, con quien Millar ha trabajado varias veces (es el cocreador de Superior, otro título del Millarworld también ya publicado por Panini), y el equipo artístico es complementado por el difunto entintador Gerry Alanguilan y el colorista Sunny Gho, colaboradores habituales de Yu. Pero los créditos de la obra incluyen un nombre inusual entre los miembros del equipo creativo, sobre todo porque se trata de alguien ajeno a los cómics: Nacho Vigalondo, que recibe crédito como coconspirador.
Vigalondo es un director español que ganó fama gracias a Los Cronocrímenes, película independiente de ciencia ficción estrenada en 2007, aunque en México la distribuidora tuvo la puntada de rebautizarla como Rewind, seguramente tratando de colgarse del éxito de REC, exitosa cinta de zombis también española que se estrenó ese mismo año. El director fue nominado al Oscar en 2003 por su cortometraje 7:35 de la mañana, y tiene tres largometrajes posteriores a Cronocrímenes: Extraterrestre (2011), Open Windows (2014) y Colossal (2016).
¿Cómo fue que un director español se involucró en la creación de un cómic en inglés? En 2008, tras el éxito de Los Cronocrímenes en festivales de Estados Unidos y Canadá, Vigalondo parecía encaminado a dirigir una película en Hollywood, y mientras estaba de visita en Los Angeles para reunirse con algunos estudios, se enteró de que Mark Millar tendría una aparición promocional en Golden Apple Comics, una de las tiendas de cómics más famosas de aquella ciudad, que además estaba muy cerca del hotel donde se hospedaba.
Vigalondo es aficionado a los cómics desde pequeño, y ya que Millar es uno de sus escritores favoritos, no dudó en asistir para conocerlo en persona. Una actividad planeada por la tienda era una subasta de una cena con el escritor, así que 400 dólares después el joven realizador español había asegurado el encuentro con el autor. En ese primer encuentro hallaron suficientes intereses comunes e iniciaron una relación amistosa, que con el tiempo llevó a la colaboración de Supercrooks.
No está claro la contribución del director al proyecto, pues los créditos dicen que la serie es creación por Millar y Yu, y él aparece como co-plotter, que puede significar cualquier cosa, desde una participación activa en el desarrollo de la trama, hasta que aportó una escena en particular o hizo sugerencias generales para la historia. Su participación iba de la mano de la intención de llevar la historia al cine con un guion coescrito con Millar y con él como director de la cinta.
La serie se anunció en 2011 durante una convención en Londres, donde Millar la describió como una cruza entre X-Men y Ocean’s Eleven y anunció a Yu como artista. Dijo que habría una película con estreno tentativo para 2014, y mencionó a un director español, pero no dio el nombre. El primer número apareció en marzo de 2012, y el mismo día Vigalondo liberó un video en busca de generar interés en el proyecto, que nunca logró el respaldo económico de un estudio y nunca pasó de la etapa de desarrollo. Aquí les comparto el video en cuestión.
Al leer el cómic es fácil imaginarlo como película, y de haberlo sido queda claro que habría caído dentro del género conocido como heist movies, que son películas de robos que involucran un equipo que planea y ejecuta un elaborado golpe, y lo que la haría diferente a otras cintas de ese género sería la inclusión en la trama de superpoderes. Si aún no les queda claro lo que es una heist movie, la mencionada Ocean’s Eleven es un buen ejemplo.
Heist es una palabra que no tiene una traducción apropiada, pero se usa como sinónimo de robo o atraco, y por lo regular se usa en referencia a una acción ilícita realizada en condiciones difíciles y en la que el botín es cuantioso o importante. En el cine se usa en historias que por lo habitual rodean de cierta mística y glamour adicionales a los criminales que realizan el robo, que además son los protagonistas de esta clase de películas, cuyos primeros ejemplos datan de hace casi cien años, en la era del cine mudo.
A partir de la década de 1930 empezaron a abundar las historias con elaborados planes para robar o estafar a alguien, pero fue hasta las siguientes dos décadas, cuando el cine negro o film noir alcanzó su apogeo, que el género ganó mayor relevancia y popularidad. Desde entonces las heist movies han existido con gran variedad de tonos, desde comedias ligeras hasta violentos dramas, además de cualquier clase de combinaciones y variaciones.
Estas películas tienen una clara estructura narrativa de tres actos. Por lo regular el primero consiste en la preparación del golpe, desde reunir a los participantes y exponer sus motivos, hasta presentar el lugar que piensan robar, explicando las alarmas y medidas de seguridad que van de enfrentar. El segundo acto es el robo mismo, que suele enfrentar complicaciones imprevistas, y el tercero y último es la resolución, exitosa en la mayoría de los casos, y que a veces añade más giros argumentales antes de cerrar todos los puntos inconclusos.
Si analizan la historia en Supercrooks, se darán cuenta de que en términos generales cumple con esas características.
Un detalle que me llama la atención en las películas de este género es que suele ser una narrativa sin héroes, pues por lo regular los protagonistas son delincuentes, normalmente ladrones, pero a veces también asesinos, que en casi cualquier otra historia serían los villanos. Hollywood resolvió el problema ético dotándolos de cualidades redentoras, además de convertir al blanco del robo en alguien de dudosa moral o corrupción comprobada, y este cómic hace lo mismo. Otro recurso recurrente es añadir un posible romance entre dos de los participantes.
Ejemplos de lo fácil que es convertir a un grupo de ladrones en protagonistas agradables abundan, además de la mencionada Ocean’s Eleven o sus secuelas, y podríamos destacar The Italian Job (Estafa a la Italiana), tanto la original con Michael Caine como su remake con Mark Wahlberg, Jason Statham y Charlize Theron, o la sobrevalorada Inception (El Origen), que también tiene una curiosa relación con los cómics, pero eso sería tema para otra ocasión.
Las comparaciones entre Supercrooks y Ocean’s Eleven abundan porque, si analizamos un poco ambas obras, es evidente que Millar usó un esquema muy similar al de esa película para construir su historia. Ambas presentan a un grupo de ladrones y estafadores, algunos retirados o que tratan de reformarse, que se unen para planear un golpe con intención de ayudar a un viejo amigo y mentor, tal como el grupo de Ocean hace en Ocean’s Twelve.
La forma en que su carismático líder recién salido de prisión recluta al equipo también es similar: muestra a cada uno de ellos en una situación complicada o sufriendo para ganarse la vida, y hace énfasis en lo que cada quien aporta al grupo. Y ni hablar del intento de rescatar una relación sentimental, la de Johnny con su exprometida Kasey en el cómic, y la de Danny Ocean con Tess, su ex-esposa.
La víctima en Ocean’s Eleven es Terry Benedict, un arrogante e inescrupuloso propietario de casinos, y en Supercrooks se trata de Christopher Matts, mítico y temido supervillano conocido como The Bastard. En ambos casos estamos hablando de personajes muy desagradables y antipáticos, y resulta fácil que la audiencia simpatice con los protagonistas y olvide, al menos por un rato, que son criminales de carrera y no debería apoyarlos o sentirse identificado con ellos.
También es importante mencionar que tener a un criminal como protagonista de un cómic no es algo nuevo. Quizás el caso más famoso, además del más complejo, sea el de Grendel, creación de Matt Wagner cuyas historias fueron publicadas por Comico antes de pasar a Dark Horse Comics. El personaje fue creado hace más de veinticinco años, y la principal diferencia con los personajes que he comentado aquí es que carece de características que permitan al lector identificarse con él, por lo que no es buen objeto de comparación.
En la literatura me vienen a la cabeza personajes como Raffles y Rocambole, ladrones de guante blanco creados en el siglo XIX, uno francés y el otro británico, que fueron objeto de exitosas series de novelas. En el siglo XX, Donald Westlake hizo una carrera escribiendo criminales bajo el pseudónimo de Richard Starks, y la más conocida de sus creaciones es Parker, personaje llevado a la pantalla en varias ocasiones, incluyendo Payback (Revancha), con Mel Gibson, o Parker, con Jason Statham, además de muchas versiones previas.
En cómics el personaje es el protagonista de una serie de novelas gráficas, brillantemente adaptadas de la obra de Westlake por el difunto Darwyn Cooke para el sello IDW. Y no podemos olvidar a Fantomas, La Amenaza Elegante, personaje mexicano que tomó como inspiración al protagonista de una serie de novelas y seriales de cine franceses que también fueron la base para otras creaciones internacionales del arte secuencial, como pueden ser Diabolique o Fantomex, éste último aparecido en los cómics de mutantes de Marvel.
El punto es que, sin importar que tan original parezca una idea, lo más probable es que haya sido hecha antes de una u otra forma en algún medio, y eso no demerita el trabajo de nadie. Las ideas de Mark Millar resultan populares por la percepción de que son originales incluso si ése no es el caso. A fin de cuentas, para que una idea funcione no necesita ser nueva. Basta con ser presentada de una forma interesante y atractiva, y Millar siempre ha tenido el acierto de rodearse de grandes artistas.