Por Jorge Cervantes. Publicado originalmente en Comikaze #17 (julio de 2012)
Corría mayo de 2008 cuando se publicó el primer número de Comikaze, uno de esos proyectos que en México son potencialmente suicidas. Yo estaba apenas reorientando mi vida al mundo del discurso secuencial tras un periodo de ausencia, por lo que no me enteré, sino hasta meses después, de la existencia de la publicación.
Un querido amigo me prestó su ejemplar de dicha edición y en una rápida ojeada encontré un artículo que hablaba de mi admirado Jean Henri Gaston Giraud, mejor conocido como Moebius. Leí la nota apresuradamente, ignorando por el momento el resto de los artículos publicados. Información que ya conocía se entrelazaba con datos que agrandaron mi ya de por sí enorme admiración por el maestro.
El tiempo continuó su cauce, permitiendo encuentros y oportunidades, entre las cuales estuvo el unirme a las líneas de Comikaze, este maravilloso proyecto de futuro emocionantemente incierto. Con poco más de un año participando con artículos para la revista, propuse escribir sobre mi maestro eterno, oportunidad que llegó, por desgracia, a causa de su muerte física, sucedida el 10 de marzo de 2012.
De entre todo lo que podría decirse sobre el más poético de los dibujantes del siglo XX (como dijera Jodorowsky) que no se hubiese dicho ya en el primer artículo que la revista le dedicó, elegí referirme a la que considero su obra más personal, la cual se dio a conocer en 2004, cuando Giraud, con el apoyo de Isabelle Champeval, su segunda esposa, inició un proyecto editorial llamado Stardom (luego Moebius Productions), cuyo primer objetivo fue la edición de una larga serie de álbumes cuasi autobiográficos titulados Inside Moebius.
La razón que llevó a Gir a iniciar esta magnífica obra fue encontrar apoyo para reforzar su decisión de dejar la marihuana a sus 65 años de edad. Moebius encontró que la mejor forma de abandonar aquello que por años pensó le permitía tocar el infinito, era utilizando lo que el infinito realmente le dotó desde que lo moldeó en sus manos: el don supremo de crear historias dibujadas.
Así, los trazos surgen en su interior, mientras su espíritu, alma y cuerpo se purifican. De inmediato, la pluma del maestro dibuja un yo bidimensional, su principal personaje, el todopoderoso y humano Jean Girauld, que en las páginas de esta historia es capaz de volar, pero con cautela. También aparece Moebius, su yo del pasado, para quien el consumo de la hierba es un asunto sagrado. Juntos contemplan su vulnerable humanidad y divinidad insuficiente.
En la páginas también aparecen sus personajes más emblemáticos, quienes cuestionan incesantemente la omnipotencia creadora del por algunos llamado Papa del bande dessinée. Vemos cómo el iracundo e inconforme Mike Steve Donovan ansía tener un guión, perdiendo ocasionalmente su característica nariz, o cómo el metafórico Mayor Grubert y su compañera, la poderosa bruja sexual Malvina, superan la infidelidad.
También encontramos al observador externo Arzach, filosofando mientras recupera su pteroide blanco, y atestiguamos cómo Stel y Atan son mal dibujados mientras juegan con una pelota, situaciones que suceden mientras todos circundan el interminable Desierto B (juego de palabras recurrente en toda la obra, ya que en francés Desert B se pronuncia igual que desherbé, sin hierba), buscando al huidizo Jean, a veces Gir, a veces Moebius.
Entre los invitados a esta introspección encontramos también a Osama Bin Laden, quien aparece como un capitalista extremista radical, así como a Jean-Michael, el inconsciente infantil y atemorizante que nos recuerda de inmediato al famoso ratón de Disney, y a la familia, esposa e hijos del artista, quienes le sirvieron de importante apoyo psicológico. Todos los personajes emprenden un viaje íntimo donde corren sin control, emprenden el vuelo, surcan el cielo, caen al abismo, se pierden, se encuentran y andan por las interminables habitaciones de recuerdos y experiencias. Juntos crecen y se desintoxican buscando la forma de ser divinos.
Como parte de los hechos descritos en este diario leemos anécdotas muy personales del autor, datos que sólo en sus biografías podemos encontrar, como el problema que tuvo (por ciertas diferencias creativas) con el hijo del difunto Jean-Michel Charlier, guionista de gran parte de las aventuras de Blueberry; o que siendo niño deseaba tener un costal gigante de canicas. Conocemos también su admiración por Carlos Castaneda, cuyo libro El arte de ensoñar marcó gran parte de la obra de Giraud.
Inside Moebius es una obra bien equilibrada, que con su arte y pasajes divertidos, algunos de ellos muy comunes, logra que todo aquél que no esté familiarizado con la obra del artista le encuentre el gusto, mientras que el conocedor de su trabajo viaje de la hilaridad desternillante a la trascendencia cósmica una y otra vez.
A lo largo de 600 páginas veremos cómo este dios del bande dessinée replantea y dibuja sin bosquejos ni guión su esencia, comenzando con una simple línea sobre una mesa que muta página a página, hasta convertirse en arte abstracto, conceptual, etéreo y cósmico.
Se sabe que, a la fecha de su muerte, Jean Giraud trabajó ocho álbumes de Inside Moebius y que los últimos dos no han sido editados. Sus admiradores esperamos impacientes la publicación de estos, sabiendo que son necesarios para completar ese ciclo que, al terminar, dará paso a una nueva aventura, probablemente junto con otras obras inéditas del maestro.
Para terminar este apunte, cito una sentida y conveniente frase de su amigo Alejandro Jodorowsky:
El paraíso está en nuestro inconciente. Cada bello ser que muere viene a enriquecer el Edén interior. Ahora Moebius dibuja dentro de mi alma.
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