Por Eduardo Jacobo Bernal
Estamos en la región más recóndita y arcana de la mente humana.
En el sombrío inframundo del inconsciente.
Una radiante abismo donde el hombre se encuentra consigo mismo.
Estamos en el infierno
Alan Moore
Hay quienes dicen que la trascendencia de los crímenes perpetrados en Whitechapel, Londres, en 1888, consiste en que fue ahí donde se dio a luz al siglo XX. La brutalidad de los asesinatos, pero sobre todo, el hecho de que el culpable nunca fue atrapado, han hecho que el mito de Jack el destripador se convierta en un punto coyuntural en la historia contemporánea, pues este caso permitió vislumbrar el mundo del sinsentido que nos traería la nueva época.
Los crímenes hasta ese momento eran resultado de móviles concretos, de situaciones que se podían explicar: robos, celos, venganza, etcétera. Sin embargo, la muerte de cinco prostitutas cimbró a Inglaterra y al mundo por su falta de sentido, no había un móvil aparente o una conexión entre las mujeres asesinadas, no había un esposo, un amante o un enemigo concreto a quien culpar, y ello –fomentado por los medios de comunicación– creó una histeria colectiva, un temor que los londinenses no han olvidado y que el mundo en general reconoce como el legado de Jack.
Litros de tinta se han vertido al respecto, desde los libros de historia que contextualizan la época, hasta las teorías más descabelladas que señalan a los asesinatos como resultado de una conspiración zarista orquestada por el mismísimo Rasputín; la televisión y el cine han presentado la historia de Jack en múltiples versiones y en los cómics es también una referencia recurrente, incluso Batman ha encarado al misteriosos asesino en un muy celebrado elseworld que hace no tanto fue adaptado como película de animación (me refiero, por supuesto, a Gotham by Gaslight).
En fin, que el mito no ha hecho más que crecer a la luz de teorías conspiracionistas, alimetadas por la paranoia que el internet facilita. Ante ello y en el marco del centenario de los acontecimientos es que Alan Moore se acercó a la leyenda y decidió sumarse a los riperólogos, como él mismo llama a quienes han dedicado horas de su vida a la investigación y difusión de la leyenda de Jack, the Ripper.
Recientemente ha llegado a México, de la mano de la editorial Planeta DeAgostini, un compilatorio que reúne los catorce capítulos que integran la historia, además de un prólogo, un epílogo y dos maravillosos anexos que ponen de manifiesto el intenso trabajo de investigación que realizó el genio de Northampton para escribir el guion de una obra maestra del noveno arte. Un trabajo tan meticuloso que podría ser la tesis doctoral de cualquier historiador, pero con la ventaja de ser plasmada por los lápices de Eddie Campbell, los cuales retratan a la perfección la atmósfera decadente de Londres al final del siglo XIX; un escenario en el que la realeza victoriana se resguardaba en sus palacios a pocas cuadras de la más miserable de las pobrezas, en donde prostitutas, vagabundos y obreros luchaban día a día por su supervivencia.
Sin duda, Alan Moore hace un excelente trabajo de síntesis y nos muestra una teoría muy acabada acerca de los asesinatos de Whitechapel, como él mismo afirma: ninguno de los acontecimientos expuestos en esta narración contradice los hechos confirmados, por lo que podríamos estar ante la explicación más minuciosamente acabada acerca de la identidad de Jack; y sin embargo la obra no gira en torno a descubrir al asesino, sino a conocer sus motivaciones, su ideas y el sentido que le otorgó a sus crímenes.
Pues más allá de las intrigas de la realeza, de las conspiraciones de los francmasones o de la locura del asesino, Alan Moore retoma los hechos para intentar darle sentido al sinsentido. La humanidad, por naturaleza, necesita respuestas y certezas, y es por eso que Jack permanece presente en el trasfondo del imaginario colectivo, la falta de claridad acerca del asunto es una astilla mental posmoderna, es un crimen sin resolver que nos sigue atormentando y que, por más que especulemos o nos acerquemos a su resolución, siempre quedará en la incertidumbre; pues lo que tenemos son hipótesis, ficciones que pretenden hacernos dormir tranquilos, diciéndonos que los monstruos no existen, que todo tiene una explicación racional. Y sin embargo Jack el destripador fue real y seguimos sin poder explicar sus acciones, por lo que Moore concluye que el miedo y fascinación que despierta este personaje se debe a que es una representación permanente de la maldad: Jack refleja nuestra histeria. Carente de rostro representa cada nueva fuente de pánico social.
Es por todo ello que la lectura de From Hell se convierte en una experiencia catártica que nos pone frente a frente con nuestros miedos, nos hace dudar acerca de la estructura de la realidad y nos deja con la sensación de que el mal está a la vuelta de la esquina, en el callejón oscuro por el que pasamos cotidianamente, demostrándonos que el infierno no es un lugar sobrenatural, sino un estado de consciencia.