Por Miguel Ángel Hernández Cedillo
En México, a mediados de los 90, había muchísimos adolescentes que anhelábamos hacer cómics. Comprábamos todo el (escaso) material que llegaba a los puestos de revistas, todo lo que tuviera que ver con el género de superhéroes. Entonces llegó Gallito Comics y después vino el Taller del perro, con Clément, Rick Camacho, Frik, José Quintero y Ricardo Peláez, nuestros rockstars del cómic nacional. Sus historias eran cercanas, en ellas leías diálogos creíbles, con un tono realista y visceral. Te hacían pensar y te movían cosas en las entrañas.
En 1998 Ricardo Peláez publicó Fuego lento, historieta de la que solo se tiraron mil ejemplares. Consistía de un recopilatorio de varias historias, que arrancaba con Madre Santa, y era acompañada de un puñado de excelentes historias, como Ángeles de la noche, El antojo, y El segundo adiós, entre otras.
Más que reseñar una a una de estas historias, es preferible ir descubriendo cada pequeña cruzada de los personajes que aparecen en este título. Sobra decir que el apartado gráfico fue impresionante, ya que Peláez bien puede utilizar achurados, de pronto meter lápiz, luego fotos, luego tinta salpicada, y a la siguiente historia explorar otro estilo gráfico con plastas de negro. Y luego, sus bellísimas acuarelas.
La historia de El sillón es poesía pura, y vale la pena revisar rastrear este añejo título para disfrutar de todos sus detalles: las sombras, la naturalidad de los personajes, así como las páginas que fueron impresas a color, capaces de robarte el aliento.
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