Desde su salto a la fama con la miniserie Marvels (1994), escrita por Kurt Busiek, Nelson Alexander Ross ha sido uno de los artistas más reverenciados y denostados del cómic estadounidense. Su arte, que hace evidente su enamoramiento de las técnicas tradicionales y del uso de referencias fotográficas, ha sido explotado en carteles, portadas de cómics, discos, videojuegos, figuras de acción, esculturas y proyectos cinematográficos, y ha sido expuesto en recintos como el Andy Warhol Museum de Pittsburgh o el Mona Bismarck American Center for Art Culture, en París.
Con sólo 19 años, Ross, recién graduado como pintor por la American Academy of Art de Chicago, se desempeñaba como dibujante de storyboards para la reconocida firma Leo Burnett, pero soñaba con dibujar cómics. Aprovechando el consejo de un colega, quien trabajaba como freelance para la editorial NOW Comics (también establecida en Chicago), el joven Ross buscó trabajo en el mismo sello, logrando que le encargaran la miniserie Terminator: The Burning Earth, escrita por Ron Fortier y publicada en 1990 como secuela a la primera cinta de James Cameron.
Lamentablemente, el título (cuyo arte Ross comenzó a pintar en la cocina de sus padres, por falta de dinero para vivir por su cuenta) adoleció de una trama floja y desaprovechó de forma ridícula a su villana, una atractiva cyborg con look inspirado en Cindy Crawford, además de presentar a un Ross muy verde todavía. Eso sí, las portadas de la miniserie vislumbraron lo que se convertiría en su estilo distintivo, aunque cabe decir que los interiores, realizados con algo de prisa y poco o nulo uso de referencias fotográficas (Ross no tenía un dólar partido a la mitad para rentar o comprar equipo fotográfico y de iluminación), no fueron precisamente espectaculares.
En los siguientes cuatro años, la calidad artística de Ross (quien en su debut comiquero firmaba con un ingenuísimo Alexander), creció exponencialmente, pues tras realizar la portada para Doomdsday & Beyond, versión novelizada de The Death of Superman, escrita por Louis Simonson, dio su primer batazo con Marvels, proyecto que no sólo le dio el primero de muchos Eisner en su carrera (trece a la fecha), sino que lo convirtió en una súper estrella del cómic, de forma casi inmediata.
A diferencia de otras figuras populares de la ilustración en aquella época, como Boris Vallejo, que usualmente presentaban su obra en espacios más adultos (como la revista de historietas de ciencia ficción y fantasía Heavy Metal), Ross tuvo el acierto de preguntarse cómo se verían aplicados sus conocimientos académicos de pintura en las páginas interiores de un cómic, cosa que el lector convencional no había visto con la espectacularidad que Ross alcanzaría con la técnica del gouache.
Aunado a su nostalgia por las series televisivas como Batman, Captain Marvel y Wonder Woman (incluyendo las apariciones de Spider-man en la serie educativa The Electric Company), en las que se mostraban a sus héroes como personas empijamadas de carne y hueso, e inspirado por el estilo hiperrealista de Salvador Dalí, la escuela anatómica de Andrew Loomis, pero sobre todo, por los legendarios ilustradores Joseph Christian Leyendecker y Norman Rockwell (basta ver las portadas de ambos para The Saturday Evening Post y cualquiera notará su influencia), Ross logró mostrar a los superhéroes de la ficción casi tan palpables como la realidad.
Tras contribuir con portadas y diseño de personajes para Astro City (1996), del mismo Kurt Busiek, a los 26 años Ross llegó a lo que al momento sigue siendo la cúspide de su carrera: Kingdom Come (1996), título superventas en el que, junto con el escritor Mark Waid, mostró una visión apocalíptica del Universo DC, lo que en 1997 les hizo ganar a la dupla el Eisner en la categoría de Mejor Serie Limitada (Ross se llevaría un par más por su trabajo artístico).
A esta obra le siguieron proyectos como Uncle Sam (Vertigo); sagas futuristas como Earth X, Universe X y Paradise X (respuesta obvia de Marvel a Kingdom Come) y el cuarteto de hermosas ediciones en formato tabloide Superman: Peace on Earth, Batman: War on Crime, Shazam! Power of Hope y Wonder Woman: Spirit of Truth, con las que, entre 1998 y 2001, junto con el escritor Paul Dini, celebró el 60 aniversario de cada personaje. A estas ediciones se sumaron JLA: Secret Origins (2002) y JLA: Liberty and Justice (2003), que a pesar del caramelo visual y los guiones de Dini no alcanzaron el nivel de las entregas anteriores.
A miniseries como Justice (2005-2007), homenaje del siempre nostálgico Ross, así como de Jim Krueger y Douglas Braithwaite a los Super Friends de Hanna-Barbera, siguieron otras como Avengers/Invaders (2008), además de estancias interesantes como portadista invitado de JSA, Superman y Batman, donde Ross pudo jugar de nuevo a su antojo con los grandes de DC, para luego convertir a la joven editorial Dynamite en su laboratorio personal (Nick Barucci, fundador del sello, es gran amigo de Ross), pues no sólo realizó portadas para gran cantidad de cómics del sello (lo que impulsó sus ventas), sino que propuso series como Project Superpowers, basada en superhéroes olvidados de los años 40, o títulos como The Last Phantom y Flash Gordon: Zeitgeist, gustito de Ross que responde a su adoración hacia ambos héroes (y en particular por la película ochentera de Mike Hodges). En años recientes ha creado también portadas para títulos como The Six Million Dollar Man y el crossover Batman ’66 meets The Green Hornet, entre otros títulos nostálgicos.
En fin, que Ross es una máquina imparable de producción, cuyos jugosísimos ingresos le han permitido afianzarse en una cómoda posición en la que ni siquiera necesita ya promover su trabajo en convenciones de cómics, salvo la C2E2. que se realiza en Chicago y es la más cercana a su hogar (desde hace años Ross no se para por la Comic Con de San Diego, aunque siempre mantiene un punto de venta en ella).
Muy acostumbrado a las críticas que lo señalan como un mero copiador de fotografías (entre las que destacan las de su compañero Bruce Timm, famoso por su capacidad de síntesis en el trazo), Ross defiende su método de trabajo argumentando que es precisamente el uso de modelos, iluminación, cámara fotográfica e incluso disfraces hechos para la ocasión lo que le permite representar adecuadamente las luces, sombras, volúmenes, texturas y gestos de los personajes que intenta plasmar en el papel.
Como se aprecia en el libro Rough Justice, conformado casi en su totalidad por sketches de Ross en los que no utilizó referencias fotográficas, su dominio del dibujo anatómico es evidente, lo que constata que el uso de equipo fotográfico responde más a su obsesión por captar la realidad, que a un recurso para holgazanear, como es el caso del polémico dibujante Greg Land, quien calca (y modifica con Photoshop) poses y rostros de fotografías, incluso de películas porno, cayendo en el extremo de armar una suerte de stock de rostros y cuerpos con el que arma sus cómics.
Ciertamente el poder de Ross radica en sus pin-ups estáticos, épicas, llenos de heroicidad y magnificencia, y no tanto en sus páginas secuenciales, pero es válido recordar (sin justificarlo) que este creador no se educó formalmente como dibujante de cómics, sino que es un pintor de academia, quien tuvo la fortuna de incursionar en un medio que amaba y el talento para destacar entre el grueso de sus colegas, acostumbrados a crear sus historietas con lápiz y tinta china.
De ser la labor de Ross un arte tan sencillo de imitar, en el mercado del cómic podrían verse dos o tres buenos clones de su estilo, pero no ha sido así. Desde un punto de vista maquiavélico, esto podría ser por conveniencia de las editoriales, que preferirían no dar cabida a estos émulos de Ross con tal de no atentar contra el valor de la mercancía que publican, o simplemente porque al momento no hay alguien que pueda superar su arte foto-realista, al menos a los ojos de los compradores. Sea como sea, cuando un artista llega a niveles tan altos de calidad y popularidad, ser original se vuelve un reto cada vez mayor, situación que enfrenta Ross desde hace ya varios años, pues a pesar de su innegable talento y marcado perfeccionismo, cada vez le cuesta más trabajo sorprender.
¿Podrá alcanzar de nuevo el éxito de Kingdom Come, publicado hace ya dos décadas? ¿Tendrá una obra nueva con la cual pueda callar la boca de sus detractores? ¿Su obra será recordada como la precursora de una corriente de cómics pintados o solamente como un curioso capítulo en la historia del cómic?
Mientras el tiempo se encarga de responder eso, quienes lo admiramos podemos seguir embelesados por su arte, que a simple vista demuestra una pasión que siempre amenaza con desbordar las páginas que la contienen.
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