Un brindis con chínguere: a 25 años de Operación Bolívar

Por Armando Saldaña Salinas. Publicado originalmente en Comikaze #37 (junio de 2019)

 

Veinticinco años. Se dicen fácil, pero más difícil es explicar a los lectores de hoy el mundo de la historieta en México en esos tiempos antediluvianos, pre-internet, de principio de los 90, o el impacto de la revista El gallito inglés, donde toda una generación nueva de moneros encontró un lugar para enseñar su trabajo. Revistas anteriores, como Snif o Bronca, apenas duraron unos años. Esta iba a ser una aventura más duradera.

Fue en esta revista, manifiesto político y cultural, al lado de artículos sobre Maldita Vecindad o Bukowski, donde apareció un nuevo tipo de cómic mexicano. Uno que se nutría más de sus congéneres europeos y latinoamericanos (gracias a los contactos del editor, Víctor del Real, con gente como Carlos Trillo en Argentina) que de los superhéroes gringos; más de la revista Heavy Metal que de los productos homogéneos de Marvel/DC. Y de de esta camada de nuevos cómics mexicanos pocos satisfacen más esta definición, estos parámetros, que Operación Bolívar de Edgar Clement.

Es una feliz coincidencia que la serie de Netflix, Diablero, basada en el libro de Francisco Haghenbeck, El diablo me obligó, que comparte un ADN de ideas con la novela gráfica de Clement, haya encontrado el éxito comercial justo ahora que Operación Bolívar cumple 25 años de haber concluido su publicación. Gente que ni por accidente se acerca a un cómic, y mucho menos si es nacional, ya puede conocer este universo mágico, misterioso y, sobre todo, tan mexicano.

 

La trama de Operación Bolívar es a veces caótica, excesiva y sin orden aparente, revelando su origen por entregas, pero agarra al lector desde el principio y ya nunca lo suelta. Aun si uno no entiende todo lo que está ocurriendo, la diversión no se detiene y te quedas sin aliento mientras sigues avanzando compulsivamente.

Empezamos con un misterioso hombre con un rifle, quien dispara a ángeles de luz en plena Catedral Metropolitana a mitad de la noche silenciosa. Sin embargo, estos no son los angelitos buenos que nuestros padres nos enseñaron. Son enemigos extranjeros, de una religión que nosotros no creamos, que llegaron con los conquistadores españoles y sus sacerdotes fanáticos. Como nos lo dice Operación Bolivar desde su primera página: Entre la espada de Cortés y la de San Miguel Arcángel no existía ninguna diferencia.

En efecto, la primera vez que vemos al susodicho arcángel, con grotesca armadura digna de los delirios de Simon Bisley, nos habla en inglés, el idioma del gran monstruo extranjero de nuestros tiempos, el imperio gringo, dando órdenes a soldados del ejército estadounidense.

 

Pronto aprendemos que nuestro protagonista, León, es un cazador de ángeles, un descendiente mestizo de los brujos nahuales originales que resistieron a Cortés y sus conquistadores. Es decir, estos hijos de indio son los únicos capaces de encontrar y dar fin a los ángeles.

Pero antes de que crean que estamos frente a Buffy la caza-ángeles, Clement nos ofrece algunas páginas que explican lo que los cazadores deben hacer para sobrevivir en nuestro mundo moderno. León la hace de carnicero, destazando el cadáver angélico que acaba de matar para aprovechar hasta el último pedazo de esa materia divina de la que están hechos los ángeles. Vende sus órganos, como los ojos (sus córneas son muy apreciadas por la industria japonesa para la elaboración de lentes), los cabellos (que empresas como General Dynamics utilizan para fabricar cables suaves como el algodón, pero de una resistencia enorme), las plumas, la carne misma, etcétera. Más que nada, se aprovechan la sangre y los huesos, que al ser molidos crean polvo de ángel, el narcótico más poderoso que se conoce.

Es a partir de estas ideas dispares que inicia la historia.

 

Como buen thriller premilenario, se revela poco a poco una enorme conspiración del gobierno, coludido con la CIA y la NASA, como en novela de Pynchon, para exterminar a todos los ángeles. ¿El objetivo? Controlar por completo la fuente de este polvo de ángel para crear un monopolio y despojar a los carteles de las drogas, cuyo producto inferior quedará desplazado en esta guerra de implacable darwinismo capitalista.

Por supuesto, para lograr esto primero deben conseguir las manos de los cazadores de ángeles, nuestros nahuales, los únicos que pueden localizar a los ángeles. La cosa pinta mal para nuestros pobres protagonistas…

Varios personajes desfilan frente a nosotros mientras la historia se desarrolla. Desde Román, el agente judicial, un pinche Judas, que cree que los ángeles son extraterrestres; Juan Grande, el nahual más viejo en la Ciudad de México, tan viejo que ya vivía aquí desde que esta ciudad no era ciudad, pero que ahora se ve reducido a tocar en las calles su trompeta a cambio de algunas monedas; Zofiel, un ángel que es el Heraldo del Infierno, quien se maneja como un espía doble que sabe más de lo que aparenta; el Protector, quien era un ángel de la guarda hasta que privatizaron el Cielo y por ello debió volverse freelance, vendiendo sus servicios al mejor postor; John Smith, el Gringo, quien planea hacer realidad el viejo sueño de Bolívar de una América unida mediante el capitalismo (recordemos que el cómic apareció justo cuando el Tratado de Libre Comercio de Salinas nos prometía una utopía neoliberal), y que resulta más bien un juego de espejos, y Doña Marina, mujer fenicia y sucia hija de Lilith que sirve de intérprete entre León y el Gringo (quien por supuesto no se molesta en aprender a hablar español).

 

Clement utiliza todo un arsenal de recursos gráficos para contar esta historia. Hay momentos donde se retratan locaciones inconfundibles de nuestra capital con una precisión casi fotográfica, mientras que en otras ocasiones lo hace con un estilismo casi impresionista, como si Brian Bolland compartiera páginas del mismo cómic con Bill Sienkiewicz.

Entre sus muchas técnicas innovadoras está la construcción misma de las páginas. Como diría Víctor del Real en alguna entrevista, muchas están elaboradas como un retablo religioso, entre lo barroco y lo kitsch. El intermezzo que divide las dos partes de la historia también atrae nuestra atención, al relatar en forma de diagrama de juego de mesa, la manera en que León y Román cruzan la frontera como mojados para llegar al rancho del misterioso Gringo (que resulta ser la antigua e icónica mansión de El Ciudadano Kane) para recuperar las manos robadas de Juan Grande (si no, cómo va a pedir limosna, pues). El diálogo entre León y el Gringo, es ilustrado mediante encabezados de periódico de la época, con la retórica de Salinas y Zedillo, y cuyo último objetivo es un mercado libre… de droga.

 

La novela está repleta de momentos e imágenes inolvidables que hacen eco en la cabeza de todo lector mexicano, como la matanza de ángeles al final de la historia, que ocurre… en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco, por supuesto (y que Jacobo Zabludovsky ni menciona a la hora de su noticiario). O la imagen de soldados gringos ejecutando ángeles al estilo del 3 de mayo en Madrid de Goya (la misma página ofrece vistazos del Guernica de Picasso).

Si algo podemos lamentar es que después de estos veinticinco años, Clement no nos ha dado una continuación. Historias como Los perros salvajes tienen el mismo contexto y sensibilidad, pero ¿de verdad no hay más?

Si la respuesta es no, pues celebremos Operación Bolívar por su ambición y alcance, un verdadero parteaguas en la historia del cómic en México. Si la respuesta es , pues festejemos entonces con mayor ruido, para ver si así nos llega por fin la tan esperada continuación.

 

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Author: Armando Saldaña

Aunque se disfraza de gente normal de lunes a viernes, colecciona cómics desde hace casi 40 años. Tiene cerca de diez libros publicados, entre novelas y colecciones de cuentos, en el mercado estadounidense, destacando One Night in Bangkok (2009), The Anarchy Lesson (2001), y The World According to Kane (2000), todas disponibles en Amazon. Su blog de reseñas literarias, cinematográficas y de otras artes narrativas, Postcards From The Edge, recientemente cumplió cinco años

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