Por Aldo Iván Espinosa. Publicado originalmente en Comikaze #7 (noviembre de 2009)
Una actriz asesinada sin motivo aparente, una niña desaparecida en mitad de un pueblo racista, y un científico alemán al que se busca eliminar a toda costa, serán los casos que un gato negro en gabardina tendrá que investigar, en mitad de un país de claroscuros, de rincones sin luz, de esperanza arrebatada, sin más armas que su agilidad, su sentido del olfato, y una que otra de sus siete vidas.
De un tiempo a esta parte Blacksad, creación de los españoles Juan Díaz Canales y Juanjo Guarnido –guionista y dibujante respectivamente–, ha ido cosechando triunfos a donde quiera que va. Del 2000 al 2013, las aventuras de este gato detective se han llevado el premio a Mejor Guión, Mejor Dibujo, y dos veces el Premio a Mejor Obra, en el Salón del Cómic en Barcelona, el premio al Best Graphic Album en los Harvey Awards, el premio a Mejor Artista y Mejor Edición Internacional en los premios Eisner, y a la Mejor Serie en el Salón del Cómic de Angouleme. Casi nada.
Y es que hay que verlo hacer cosas de gato –encaramarse en los techos, brincar sobre los malos, cortejar con elegancia–, para comprender que lo de Canales y Guarnido es el movimiento: los álbumes rezuman agilidad, el panel clásico se articula en trípticos, el asesino a sueldo de la página anterior cae abatido en medio de cristales rotos en la página siguiente, y el sombrero, el vestido, el cuerpo desnudo, se agitan en su detención.
Y hay que leerlo para comprender que los autores se ciñen al estricto canon de la novela detectivesca –forjado a golpes de máquina por Dashiel Hammet y Raymond Chandler–, en el que la acción se desata cuando el orden del mundo, irremediablemente, ha desaparecido. El detective entonces se echará a andar, atará cabos, buscará respuestas, romperá dos o tres caras, le romperán la suya, hasta que cierto grado de verdad devuelva al mundo no a su antiguo estado, sino a algo relativamente cercano a la normalidad.
Los detractores del personaje se quejan de una sencillez en la trama que peca de obvia, y hacen menos la principal característica de los álbumes, el antropomorfismo de los personajes, argumentando que eso ya se había visto antes. Pero las historias ni tan sencillas, y los dibujos ni tan normales.
Con una pequeña ayuda de mis amigos (del bosque)
Estamos en la Norteamérica de principios de la Guerra Fría, y esta tierra de las oportunidades, forjadora del sueño americano, liberal y protestante, se ha vuelto un sitio mezquino, duro con su gente, plagado de momentos en que moral y supervivencia se oponen sin remedio.
El detective privado John Blacksad es fiel reflejo de esas ruinas que ve: excombatiente de la Segunda Guerra Mundial, alumno expulsado de la universidad en su primer semestre de la licenciatura en Historia, es un tipo serio que se ha forjado solo, que resuelve los casos que se le encargan –algunos, simplemente, se le cruzan en el camino– con ayuda, a veces ilícita, de sus contactos en la policía, y sin mayor aliciente que el trabajo bien hecho y bien remunerado. Callado, algo cínico, bien parecido, la vida le ha enseñado uno que otro viejo truco, sabe guardar su distancia, tratar bien a las mujeres –aunque a veces le calienten la cara a cachetadas–, y ensuciarse las manos cuando el trabajo es de veras muy sucio.
Narrados en primera persona, los cinco álbumes publicados hasta ahora presentan historias autoconclusivas y de tramas más o menos lineales, en las que el detective se hará cargo de la situación siempre que los poderes establecidos se lo permitan –los políticos, los millonarios, la policía–, y aunque no se lo permitan, también. Para ello pondrá todo su empeño, aunque lo empeñado termine siendo su confort, su linda cara, o su felicidad.
Pero son en realidad los momentos de moral dudosa, de ética comprometida, los que convierten a la aventura en drama. En el primero de sus casos, Un lugar entre las sombras, a Blacksad se le encargará el trabajo sucio que la policía no puede realizar: encontrar al asesino de Natalia Wilford –viejo amor del detective, además–, y aniquilarlo. Si el detective sale vivo, Smirnov, el comisionado de policía, le garantiza impunidad: nadie ni nada lo podrá inculpar. Quitando ese pequeño gesto amistoso, Blacksad estará solo, y a su suerte.
Conforme Canales y Guarnido conocen más a su protagonista, las historias presentan mejores tramas, nutriéndose de personajes ricos en matices y de abundante pobreza espiritual. No hay moral que valga, el dinero todo lo arregla, y los sujetos no son sino meros obstáculos en la escala social que se quiere ascender. Todo es deseo y posesión.
En Artic-Nation, segunda entrega de la serie, el caso de una niña desaparecida lleva a Blacksad a un poblado en los suburbios, donde el Black Power y los WASP se enfrentan un día sí y otro también, el alguacil es un pedófilo con placa, y la madre de la niña no parece del todo preocupada por su desaparición. En Alma Roja la intriga escala: el gobierno estadounidense pretende sofocar cualquier posible brote comunista en el país, y para ello recurre a la coerción y el asesinato. Los perseguidos no son, sin embargo, blancas palomas: Otto Lieber, afamado físico alemán y promotor del uso pacífico de la energía nuclear, tiene un oscuro pasado como científico nazi. El misterio crece cuando Blacksad descubre que a su viejo profesor quieren asesinarlo, y no por sus fotos con Hitler: es sospechoso de enviarle información clasificada a los rusos.
En El infierno, el silencio, cuarto volumen de la serie –de los mejor logrados, junto con Alma Roja–, encontramos a Blacksad en Nueva Orleáns, contratado para dar con el paradero de Sebastian Little Hand Fletcher, un genial músico de jazz consumido no sólo por la droga, sino por un secreto que mezcla racismo, corrupción y mezquindad con los más necesitados.
Amarillo, quinto y último álbum hasta ahora, presenta al detective enredándose con una versión alternativa de los beatniks, un circo que toma la justicia por sus propias manos, y una guapa prófuga de la justicia.
Sí, el mundo es duro, y priva en él un instinto de supervivencia que vuelve inútil cualquier acto de nobleza desinteresada. Y es aquí donde los autores corren un riesgo importante: si los personajes se comportarán como animales, entonces que lo sean.
La razón del enemigo
Se ha insistido en que el dibujo de Guarnido es el resultado de su paso por Disney, donde colaboró como animador de películas como El Jorobado de Notre-Dame, Hércules y Atlantis. Y si bien es cierto que el trazo humanizado del reino animal no es nuevo, el antropomorfismo en Blacksad –ese fino matiz entre rasgos humanos y animales que logra Guarnido– obedece a una razón más profunda: el deseo de actualizar una de las formas narrativas clásicas de la literatura: la fábula.
Características animales como la agilidad, la vivacidad o la fuerza, trabajan a favor de la creación de los personajes en cuestión: el cuerpo policíaco esta compuesto en su mayoría por perros y zorros, un antiguo guardaespaldas metido a boxeador es un gorila, los asesinos a sueldo son reptiles de sangre fría, las mujeres son ciervos frágiles y bellos, y Blacksad, el héroe que nos ocupa, es un gato negro ágil y con buen sentido del olfato.
Pero está también el color: pensados como álbumes monocromáticos, el primero de ellos es marcadamente oscuro, en escala de grises y de tamices ocres, abundando en sombras y claroscuros. El segundo se satura de blancos: las razas blanca y negra se oponen en un trasfondo nevado, y los WASP son osos polares y tigres blancos, mientras que el Black Power está conformado por toros, caballos y urracas. En el tercero los comunistas son de pelaje rojizo, como búhos, petirrojos y ciervos, con un Allen Ginsberg convertido en búfalo furioso que recita, casi en trance, su poema Howl. La paleta azul, de tonos sepias y ambarinos, dominan casi por completo el tono depresivo y existencialista del cuarto volumen, mientras que el amarillo recorre las carreteras y los edificios texanos, los aparejos del circo, el horizonte que se cubre de oro al tardecer en el álbum del mismo título.
Todos ellos ambientados en el territorio norteamericano de los años cincuenta, con sus fobias y manías propias de la época. Cada elemento funcionando así como un todo, y por encima de esto, la fábula moderna, con su moderna enseñanza: la prédica moral es imposible.
Si el modelo tradicional implica la reafirmación de valores, la fabulación en Blacksad señala los males, pero no ofrece solución. La exposición de motivos de los personajes los explica sin eximirlos ni condenarlos, porque ¿quién no quisiera ser rico, feliz, o poderoso? ¿Qué acto de justicia sublime no reclama los medios que sean necesarios? ¿Qué es el mal y cuál es su frontera?
Al final del día, el detective privado John Blacksad comprende, y nosotros con él, que la maldad es vencida sólo por un rato, que la tranquilidad es pasajera, y que no hay descanso: que la persistencia de la ley del más fuerte es irrefrenable. Que en un mundo feroz y egoísta, breves son los momentos en que se puede amar, ganar, y ser justo.
10 mayo, 2019
Este mayo saldrá el compilado por parte de Panini