Por Aldo Iván Espinosa. Publicado originalmente en Comikaze #33 (abril de 2016).
¿Qué tienen en común las crisis bursátiles, el día del Halloween y las lenguas muertas? Que todas ellas llevarán al detective Theodore Dumas a mirar cara a cara al mercado financiero, cuyo modelo de negocios consiste en arrojar corredores de bolsa por las ventanas, beberse la sangre de sus competidores, y no tener otro dios que el dios de la acumulación y las ganancias.
Time is money!
Si justo al momento de estar leyendo esto, a cada lector de Comikaze le corresponde un aquí y un ahora únicos, corporal y temporalmente subjetivos, asequibles sólo desde una experiencia íntima, individual, propia, singular, ¿cómo hablar entonces de una realidad colectiva, general, común a todos esos lectores que interactúan en un mismo entorno social?
En su ya célebre ensayo académico La construcción social de la realidad, los sociólogos Peter L. Berger y Thomas Luckmann resuelven este asunto planteando la existencia de múltiples realidades, todas ellas únicas e irrepetibles en la medida en que son de carácter personal, pero que conviven constantemente en un espacio común, donde los sucesos de la vida cotidiana resultan ser los mismos para todos, y en el que las particularidades se convierten en generalidades.
La suprema realidad, como los autores le llaman a ese espacio común, está constituida por aquellos acontecimientos que se le imponen a la conciencia de manera incuestionable, cuya existencia no resulta un problema que deba solucionarse, y que pueden comunicarse a través de un sistema de signos comprensibles entre el individuo y sus semejantes.
La suprema realidad es, entonces, ese momento en el que los distintos aquí y ahora se encuentran y relacionan, y que requiere de tres elementos para existir: interacción social, lenguaje y tiempo, los cuales conforman, en conjunto, la historicidad del individuo con respecto de la vida cotidiana, es decir, aquella “realidad que experimento concientemente durante la vigilia”, como la definen Berger y Luckman.
La vida cotidiana que esta normada, como todos los lectores de Comikaze saben bien, por la magia, las matemáticas, y un rancio sistema de castas financieras. Lo de todos los días, vamos.
Money, it’s a crime
Es el 31 de octubre del año 2016, y acaba de cometerse un crimen en el distrito financiero de Nueva York. El asunto lleva puesto el sello inconfundible de lo ritualista: el cadáver cuelga del techo de una manera rebuscada, tiene objetos variopintos dispuestos alrededor, y ciertos símbolos tribales -prehistóricos tal vez- fueron pintados en el cuerpo de este difunto de lujo. La escena del crimen es, literalmente, una escena. Para interpretar el sentido de esta grotesca representación, el capitán Merritt le endilga el caso al detective Theodore Dumas, un investigador de lo paranormal con placa, astuto, claridoso, negro y practicante del vudú.
Los caminos de la investigación conducen a Dumas hasta un profesor de economía, la mesa directiva de la institución bancaria más importante de Estados Unidos -y tal vez del mundo-, y a presenciar la manifestación física del poder de la magia. Y eso que su investigación lleva apenas tres días.
The Black Monday Murders, cómic escrito por Jonathan Hickman y dibujado por Tomm Coker, abjura del cliché del detective de lo paranormal enfrentado a un fenómeno metafísico, cuya existencia y problematización es un caso fascinante pero aislado, más útil para engrosar el anecdotario que para aplicarle el rigor del método científico. Todo lo contrario: en TBMM los poderes de lo oculto son tan reales como los más fríos cálculos matemáticos, al grado de llegar a invocarse unos a otros.
El mundo bipolar, la Guerra Fría, la caída del muro de Berlín; la acumulación de capital, las crisis financieras, los índices bursátiles; los pactos demoníacos, la invocación de los espíritus, el canibalismo ritualista: conforme Dumas va atando cabos descubre, no sin cierta fascinación, que las ciencias ocultas son también las leyes naturales.
Oh Satan, won’t you buy me a Mercedes Benz?
Tejida a partir de datos históricos, paganismo, y un duro discurso utilitario-mercantilista, la historia de Hickman y Coker reconoce la existencia de la suprema realidad, pero empata sus elementos constitutivos con otros de carácter meramente productivo: la interacción social es sustituida por las transacciones monetarias, el lenguaje humano por las matemáticas, y el tiempo por un linaje antiquísimo de castas ultraterrenas, poseedoras de fortunas y poderes mágicos.
En TBMM, el poder, el dinero y la magia articulan la realidad del capitalismo salvaje, entrampando a los individuos en ciclos de crisis económicas donde los pasivos son los propios individuos, aunque sin saberlo. Viktor Eresko, uno de los miembros del banco de inversiones Caina-Kankrin, y sospechoso del asesinato que dispara la investigación, se lo explica claramente a un grupo de futuros corredores de bolsa: Si quieren ganar dinero de verdad, acumular poder de verdad, entonces tendrán que hacerlo a costa de los demás. Llámenlos trabajadores, proletariado, llámenlos esclavos si quieren. No importa. Sólo deben entender que será a ellos a quienes sacrificarán por las ganancias.
Si en The Wicked + The Divine, Gillen y McKelvie plantean que la realidad es para Laura Wilson un proceso incomunicable, íntimo, subjetivo y personal, en The Black Monday Murders -que por momentos parece funcionar como un relato en espejo de W+D– Hickman y Coker afirman lo opuesto: para Theodore Dumas la realidad es una experiencia objetiva, asequible y comunicable, siempre y cuando aceptemos que detrás de dicha realidad laten la codicia, los intereses de brujos oligarcas, y la voracidad del capitalismo financiero. O como el mismo Eresko afirma: tuvieron que establecerse muchos pactos para que pudiéramos encontrarnos justo aquí, y ahora. La realidad, pues, como una permanente transacción económica. El horror.
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