Por Aldo Iván Espinosa
En las postrimerías de los hombres legendarios, a sus 96 años, Stan Lee se daba tiempo de asistir a las convenciones de cómics si su salud se lo permitía. Se dejaba retratar para su cuenta oficial de Instagram, o se preparaba físicamente para su ya tradicional cameo dentro del universo cinematográfico de Marvel Studios. En contraste, Steve Ditko, de 90 años a la hora de su muerte, seguía siendo un hombre creativo pero ajeno a la encimosa publicidad del estrellato. No hacía apariciones en público, evitaba las fotografías y se negaba, una y otra vez, a dar entrevistas. De buen talante, pulcro y muy de mañana podía encontrársele en su oficina-departamento de la calle 51 del oeste de Manhattan, donde prefería ponerse a trabajar que recibir visitas.
Nacido en Johnstown, Pensilvania, el 2 de noviembre de 1927, Ditko cultivó una larga y prominente trayectoria en la industria del cómic norteamericano. El gusto por las historietas lo heredó de su padre, un ávido lector del Príncipe Valiente de Hal Foster, y ya en la adolescencia pudo leer y aficionarse a la novedad que representaban, en aquella época, Batman y The Spirit. Destacado en la Alemania de la posguerra al terminar la secundaria, regresó de su servicio militar a territorio norteamericano en 1950, para matricularse en la Cartoonists & Illustrators School de Nueva York, donde tomó clases, entre otros, con Jerry Robinson, dibujante del Batman de Bob Kane. Para 1953 ya trabajaba en el despacho de Joe Simon y Jack Kirby, pero un zarpazo de tuberculosis lo dejó convaleciente en su cama de Johnstown durante todo 1954. Se reintegró a la vida laboral en el 55, trabajando de manera profesional para las editoriales Charlton y Atlas Comics (antes Timely), donde ilustró, literalmente, centenares de historias de horror y de ciencia ficción.
La historia será destino o no será: en Atlas se cruzaron los caminos de Ditko el ilustrador y de Lee el escritor/editor/publirrelacionista, y este encuentro, junto con la transformación de Timely en Atlas y después en Marvel Comics, hicieron que el de Pensilvania pasara de ser un dibujante genérico a un verdadero creador. El sello editorial cambió y con éste sus personajes: de la mano y con las manos de Kirby y Ditko, Stan The Man creó el panteón icónico que habita todavía en el catálogo de La Casa de las Ideas. Del trabajo en equipo de Ditko y Lee provino la idea de un adolescente picado por una araña radioactiva, otorgándole talentos sobrehumanos y enseñándole que un gran poder conlleva una gran responsabilidad.
El Hombre Araña brincó de las páginas del Amazing Fantasy #15 (agosto de 1962) a su propio título mensual, The Amazing Spider-Man (marzo de 1963), y lo demás es la piedra angular de la cultura pop y su divertimento absoluto, de ayer y de ahora: el bestiario de villanos del Araña, los amores y la familia de Peter, los sinsabores en el ámbito académico y laboral, sus victorias pírricas, la fatalidad como existencia, la suerte Parker. Los primeros 38 números de El Sorprendente Hombre Araña son el territorio donde todo se puso en juego -el tío Ben, la tía May, Gwen Stacy, J. J. Jameson, el diario El Clarín, los Seis Siniestros-, pasando a la historia del cómic como el canon arácnido al que se volverá una y otra vez, quizás para siempre.
Ditko colaboró en el diseño del traje del Araña y en la creación de sus adversarios, trazó los paneles preliminares, elaboró todo el arte secuencial definitivo, y coescribió junto con Lee, en aquellos 38 números, varias o muchas o todas las aventuras del trepamuros (difícil de saber cuántas, debido al Método Marvel de trabajo). Creó y diseñó, también de la mano de Lee, al Doctor Strange, y en aquellos intensos años creativos de la Era de Plata, Ditko pasaba de la viñeta clásica en El Hombre Araña al trazo más psicodélico para el Hechicero Supremo, del ambiente arquitectónico citadino de Manhattan a las abstracciones absolutas en el reino de la magia. Una paleta roja, verde y amarilla para los días en Nueva York, una de azules, negros y morados para los viajes inter- dimensionales. Le dio esquinas al Araña para que se columpiara, le dio curvas a Strange para que su realidad se doblara y desdoblara. Y así como los ojos y las máquinas imposibles delatan a Kirby, las manos largas y afiladas, y el drama convertido en rostro (herencia de los cómics de horror y de romance), distinguen el trazo fino de Ditko.
Todo comenzó en Marvel y todo también terminó ahí. Las diferencias creativas entre Lee y Ditko, su molestia por no recibir regalías como cocreador, un pleito irreconciliable con The Man por la identidad secreta del Duende Verde, su apego a la doctrina del Objetivismo de Ayn Rand (la del individualismo extremo, del derecho moral a perseguir la felicidad personal, de la lógica y la razón como única explicación posible de la realidad), que parecía empezar a trasladarse al propio Peter Parker (Lee, afecto a las charlas con estudiantes en las universidades, tuvo que defenderse en alguna ocasión por los reclamos de estos hacia las posturas conservadoras del personaje), propiciaron la salida de Ditko de las filas de Marvel.
Las razones del rompimiento nunca fueron aclaradas por los involucrados (habían dejado de hablarse desde el número 25 de la serie), y el paulatino alejamiento de Ditko de las entrevistas sólo avivó las especulaciones. Con el paso del tiempo, la fama de la editorial y sus personajes fue poniendo los reflectores sobre Lee, quien en la década de los setenta comenzó a cosechar lo sembrado por él y sus dibujantes estrella. Para Ditko, por su parte, fuera de La Casa de las Ideas hubo vida, pero poca. Regresó a Charlton Comics y trabajó con personajes más bien menores, aunque con destino interesante. Cuando DC Comics compró el catálogo de la Charlton, se hizo de los derechos sobre los personajes que Ditko había creado o en los que estaba trabajando: The Question, Blue Beetle y Captain Atom, los cuales resultaron inspiraciones directas para Rorschach, Nite Owl y el Dr. Manhattan, protagonitas de la obra seminal de Alan Moore y Dave Gibbons publicada por DC entre 1986 y 1987, Watchmen. Casi nada.
Por aquella década volvió algunos años a Marvel y trabajó para DC, cruzó caminos con escritores como Archie Goodwin, Paul Levitz, Gerry Conway, Marv Wolfman y Tom DeFalco, y en los noventa creó su último personaje, Squirrel Girl. Se alejó del escrutinio público desde el 64, y si daba entrevistas prefería que estas fueran en torno a sus posturas objetivistas, o sobre The Question y Mr. A, detectives moralmente intachables y letales, modelados bajo los postulados de la heroicidad de Rand, y que resultaban ser, decía, sus creaciones favoritas. Pero su labor estaba hecha. El Jack Kirby Hall of Fame lo recibió en 1990, y el Will Eisner Hall of Fame lo secundó en 1994.
Y aunque reacio al talento y la personalidad como espectáculos, el Ditko de noventa años no mordía. O al menos no a sus vecinos, quienes lo recuerdan como un anciano que vivía solo y que recibía pocas visitas, amable y educado, con manchas de tinta en las manos y sin ninguna ínfula o rastro del estrellato que llevaba a cuestas. En los créditos iniciales del Spider-Man de Sam Raimi y del Doctor Strange de Scott Derrickson, aparece ya como creador de los personajes, aunque fuera Stan Lee el que jugueteaba frente a la cámara, y el que cobraba las regalías. No importa. Si uno compara la fotografía de Ditko que aparece en el anuario de su último año de secundaria (pocas son las imágenes que se conservan de él), uno encuentra un parecido singular con el Peter Parker adolescente, tímido pero decidido, que dibujó en la década de los sesenta. Casi un aire de familia.