Por Ruben Martínez con Alberto Calvo
1916, Estados Unidos de América. El sueño americano está en todo su esplendor, sólo que esta vez vemos la otra cara de la moneda, el lado sucio y sin brillo donde todas tus aspiraciones son devoradas por otros. Es decir, la pesadilla americana.
De eso va este ejercicio en el cual vemos el sueño de un joven adoptado llamado Jack Garron, quien escapa de casa con el deseo de encontrar a su padre y viajar por todo el país tocando música juntos. Una premisa sencilla con la que Scott Snyder y Scott Tuft relatan poco a poco, a lo largo de siete números, cómo el inicio de un sueño termina en pesadilla.
Primero observamos que la trama no depende de elementos explícitos del género del terror. La atmósfera se crea poco a poco con suspenso y elementos psicológicos que casi nos llevan a considerarlo un “slayer”, pero no del todo. Desde el número uno vemos los caminos en paralelo de la víctima (Jack) y cómo emprende su travesía, y por otro lado vemos al ser que adopta el nombre de Alan Fisher, que es un caníbal adulto que va por el país alimentándose de jóvenes (literal), todo preparado para que se crucen en el camino, pues el camino llama.
En lo que resta de la serie vemos a Jack consolidando amistades, a Fisher más cerca de él y, por supuesto, el desenlace entre estos dos (que en el horror casi siempre es una batalla). Todo funciona mayormente gracias al trazo, pero sobre todo por el antagonista, ya que aunque parezca el típico “monstruo” de una historia de terror, los autores logran darle protagonismo al dotarlo de mayor trasfondo y personalidad.
La lectura es muy fluida si uno sabe en qué puntos ir despacio para maximizar el terror esperado del género, lo que es impresionante, ya que es muy difícil provocar en un cómic los sentimientos que suele generar un filme de este tipo, aunque se apoya en recursos cinematográficos aportados por Tuft. Algunos personajes se sienten un tanto vacíos y quedan a deber. Jack tiene un desarrollo tan lento que es casi nulo, y los personajes secundarios son prácticamente extras, con excepción de la amiga de Jack, que no sabe diferenciar voces. De ahí en fuera todo el guion logra su cometido con una buena estructura y gran fluidez, alejándose del terror convencional.
Dar vida a un sueño dentro de una pesadilla es algo que Attila Futaki logra a la perfección desde las portadas. El estilo clásico que maneja en interiores le va perfecto a la historia y nos hace creer que estamos en la época de la historia, logrando un equilibrio entre la aspereza de los personajes y algunos escenarios, y la suavidad que refleja en los fondos o en algún paisaje donde transcurren los hechos, lo que aporta la esperanza de que tal vez todo saldrá bien.
Con las escenas de horror no hay falla. La exageración es casi nula, las expresiones son algo rígidas pero los rostros no resultan inexpresivos. Esto es más notorio en Alan Fisher, lo que recalca una vez más que él es el protagonista. La agilidad es otro punto a destacar, pues aunque hay un par de escenas que cuesta trabajo entender, no tiene mayor importancia. Futaki es un artista completo que supo utilizar cada elemento para que la historia cobrara vida.
¿Está infravalorado este cómic? Tal vez. ¿Es una joya de género? Puede ser. Lo que es claro es que este equipo creativo nos llevó a ver el otro lado de la moneda al experimentar una pesadilla, y nos mostró que no hay imposibles en este arte, en específico en este género que tanto nos atrae. Pero, ¿por qué vamos hacia el? Porque el camino llama.