Por Aldo Iván Espinosa. Publicado originalmente en Comikaze #10 (octubre de 2010).
Hubo una época en que un ramo de cunas de moisés, un cocodrilo, un espejo, un avión en medio del aire, eran los mejores amantes. Eran tiempos de psicoanalistas torpes, de harén y noches acogedoras, de misterios que no importaba resolver.
¿Hace cuántas noches, querido lector, que no sueñas? No respondas tan rápido. Piénsalo. Antes diré a mi favor que hubo una época, asaz inocente, cuando todo estaba por hacerse. El mundo vivía bajo el protectorado de los enigmas, de las zonas inexploradas, y las noches eran territorio de la seducción y del misterio, lejanas todavía del porno duro de veinticuatro horas, de los viajes con itinerario, y donde lo imposible, de ser posible, sólo lo era entre sueños. Un mundo que no tenía respuestas para todo. Un mundo que, aún despierto, parecía onírico a toda hora.
De otra época, estoy diciendo, vienen los sueños. De aquella época datan las aventuras nocturnas de la señorita Ego.
El cocodrilo romántico, Viajes Morfeo y estanques de leche
Cuando la señorita Ego duerme, el mundo se despierta. Y no es metáfora, o no pretende serlo. En un sueño, Gilbert, admirador de Ego, le envía un ramo de cunas de moisés. En un cerrar de ojos las flores se transforman en un puñado de labios y lenguas que le recorren el cuerpo por completo. Justo cuando la bata cede y una cuna de moisés ¿o debo decir boca? se abre paso entre sus piernas, Ego despierta atribulada, patidifusa.
El patrón se repite cada noche: Ego se sumerge en la bañera y al contacto con el agua, divaga pensando que cuando sea rica tendrá una tina del tamaño de una alberca. Su deseo se materializa de manera muy particular (como pasa con todos los deseos) y un cocodrilo termina siendo su compañero de baño. Ego descubre su lado romántico (el del cocodrilo) cuando éste se abalanza sobre ella, no para devorarla como dicta la tradición, sino para lengüetearla, hacerle el amor. Justo en el momento de mejor acoplamiento y ritmo, una vez más, Ego se despierta.
Sus sueños eróticos devienen encuentros sexuales donde la única constante es ella. Por lo demás, el evento puede desatarse por un paraguas, frente a un espejo que la multiplica, por una pomada para aumentar el busto, o en una fiesta a la que asiste sin nada debajo del abrigo. De cada sueño vuelve sorprendida, con la cama hecha un remolino y ella despeinada, diciendo que su psicólogo tendrá que darle alguna explicación por lo sucedido.
En algún otro momento, Ego, chica hermosa y recatada, es una aventurera irredenta que termina siendo descubierta por la muy peculiar empresa de Viajes Morfeo.
Su guía y piloto, la bailarina Onis, la entrega a unas vacaciones de ensueño por territorios desérticos mitad África, mitad Medio Oriente. Allí, Ego correrá por su vida, hará el amor con el Sheik Verde sobre un camello, y visitará un salón de belleza en medio de la nada, no sin antes, claro, haber nadado en un estanque de leche.
La historia de las dos que soñaron
Little Ego, escrita y dibujada por Vittorio Giardino, es una compilación de breves historias en las que la añoranza, la suma de los imposibles y el deseo sexual se conjugan para darle cuerpo a los sueños eróticos de la señorita Ego. Partiendo de Little Nemo in Slumberland, de Winsor McCay, y su antiguo modelo de construcción de realidades en las horas de reposo, Giardino trastoca la sincera inocencia y vívida fantasía del pequeño Nemo en una joven ingenua y coqueta, con una curiosidad sexual que se suelta las riendas por la noche.
Construidas a partir de un trazo cuidado en detalles, las aventuras oníricas de la pequeña Ego recuperan el espíritu de una época y atrapan (su mayor virtud) el grado real pero inverosímil de lo soñado. Giardino evita la coherencia entre paneles, pero contiene muy bien la tentación de los excesos frente a un tema que aceptaría todas las posibilidades: al igual que los sueños, las historias de Ego guardan un fino hilo conductor que le otorga un sentido al disparate, cualquiera que este sea. Algo nada fácil, querido lector.
Pero es la conjunción de lo lúdico y lo erótico lo que vuelve tan entrañables las aventuras de esta señorita: la sexualidad también es un juego y una aventura, y el tomársela tan en serio sólo nos aleja de ella. Con ese psicoanalista medio inútil que atiende a Ego, Giardino quiere recordarnos que hay otro mundo, de zonas inexploradas y sin respuesta, y por lo mismo más placenteras y disfrutables.