Por Mauricio Matamoros Durán. Publicado originalmente en Comikaze #6 (agosto de 2009).
Para los iniciados en el arte de la lectura y apreciación del lenguaje pictográfico, conocido como historieta o cómic, no nos es indiferente ni secreto el valor del superhéroe y su dramaturgia como el de una mitología moderna que traduce al papel nuestros anhelos y valores. Así, el cómic de superhéroes es el espejo en el que vemos refractada nuestra época, sus héroes, villanos, logros y fracasos, para que permanezcan sobre el tiempo como registro de una era.
Por ejemplo, a Jack Kirby, Stan Lee y Arnold Drake podemos considerarlos como nuestros modernos Homero, Hesíodo y Heródoto, pues sus relatos, a través de historias fantásticas y metáforas ricas en símbolos y significados, hablan de nuestro mundo, su forma y sus protagonistas.
En 1981, Alan Moore, un creador de mente revolucionaria y temple rocambolesca, estaba un tanto en desacuerdo con estos mitos o, al menos, con su presentación. Muy temprano para intentar tirar estos y crear nuevos, dijeron (y aún dicen) muchos lectores. Lo cierto es que este entonces joven narrador y dramaturgo de 28 años, más que derrumbarlos y construir nuevos sobre los escombros, lo que buscó y logró hacer, fue redefinir y perfeccionar la crónica de esos mismos héroes: el tiempo en el siglo XX corría a velocidad luz ante los descubrimientos y adelantos tecnológicos, por lo que resultaba sensible intentar perfeccionar aquella crónica figurada.
Y como los buenos mitos, Miracleman, esa historia renovadora y subversiva logró influir como pocas hasta nuestros días, aunque pagando un precio caro ante su atrevimiento. Hoy, se trata tal vez de la historia definitoria del superhéroe del siglo XXI.
Efectivamente, la historia de Miracleman es una de héroes combatiendo contra enemigos, el tiempo inclemente y la historia. Su planteamiento, realización y presentación hablan de una época distinta, en el que los valores y los principios eran otros.
La usurpación de un mito
La historia del arte pop es una que se construye considerablemente con base a la repetición, fragmentación, reproducción y robo de ideas o conceptos. Son imposibles los proyectos totalmente originales en un mundo en el que la individualidad es aplastada ante la globalización del pensamiento y la masificación de toda necesidad.
Después de Superman (el primer concepto superheroico de la historia), todo superhéroe ha sido una variación de éste. Pero, ¿qué acaso Superman no es, igualmente, una variación y acumulación de caracteres de los héroes de las mitologías griegas y cristianas? Como podemos ver, el superhéroe, después de todo, no es más que la transición y evolución de una serie de ideas que acompañan al hombre desde sus orígenes.
Superman, no obstante y como bien sabemos, vino a trastocar la historia moderna, al ofrecer la realización de ideales y anhelos del hombre, perdido entre la incertidumbre de la tecnología y la fría alternativa de la guerra. Sus aventuras, con ayuda de las imprentas, se reproducen en millares y llegan a todas partes. Pronto, Superman ya no está solo, y los refritos oficiales y clandestinos surgen por igual.
Uno de ellos, es el famoso Captain Marvel, creado en 1940 por C. C. Beck y Bill Parker. Este personaje (que durante nuestra infancia muchos conocimos erróneamente como Shazam, debido a un serial animado), es en verdad el reportero Billy Batson, quien tras un encuentro y acuerdo con el sabio mago Shazam (acrónimo de los nombres de seis héroes y deidades de la mitología: Salomón, Hércules, Atlas, Zeus, Aquiles y Mercurio), obtiene el poder de transformarse en el poderoso Captain Marvel, al grito de la palabra ¡Shazam!
Durante 13 años, este personaje fue publicado exitosamente por la editorial Fawcett y, de hecho, sobrepasó las ventas y popularidad del Hombre de Acero, pues tanto el tono medio en broma del cómic, como la presencia de otros héroes (la Marvel Family), involucraron a lectores más jóvenes e incluso a las mujeres, llevando al Captain Marvel a lograr casi millón y medio de ejemplares vendidos por número durante 1944.
La caída de la editorial y el personaje, sin embargo, llegaron en 1953 con las bajas ventas y una demanda de DC Comics (entonces National Comics Publications) que le quitó a Fawcett 400 mil dólares por concepto de daños por plagio, tras demostrar ante la ley que el Captain Marvel era una copia de Superman.
En este punto es donde inicia la historia de Miracleman… bueno, Marvelman.
Cirugía plástica del mito
Como en México y muchos otros países, la dieta comiquera del Reino Unido ha estado compuesta en gran medida por obra Made in USA, que sobrepasa la oferta local. En los años 50, los británicos ya contaban orgullosamente con un icono nacional como Dan Dare, por ejemplo, pero los superhéroes importados de América también tenían un gran público.
El Captain Marvel era uno de estos y, para la editorial L. Miller and Son (que se encargaba de reimprimir las historietas estadounidenses de este superhéroe en ediciones inglesas en blanco y negro), el deceso de este personaje ante la desaparición de Fawcett, no era razón suficiente para dejar de publicar sus historias.
Ante esta testaruda resolución, en L. Miller and Son decidieron llamar al estudio del historietista Mick Anglo para encargarle un personaje que reprodujera todas las características del Captain Marvel, aunque con ligeras variaciones para eludir cualquier demanda por parte de DC Comics.
De esa forma, el mago Shazam pasó a ser el genio astrofísico Guntag Borghelm, y Billy Batson se convirtió en Micky Moran, mensajero del periódico Daily Bugle (sí, efectivamente Moran trabajó en éste diario antes que Peter Parker y J. Jonah Jameson). Elegido por Borghelm debido a su valentía y honestidad, Micky Moran recibe la habilidad de transformarse en Marvelman, tras pronunciar la palabra Kimota (que no es otra cosa que Atomik, al revés).
Fue así que en 1954 se presentó ante la sociedad al orgulloso Marvelman quien, digamos, suplantó a Captain Marvel (pues los editores decidieron explicar en la revista que debido a que el personaje y sus compinches eran popularmente conocidos como los Marvel Men, entonces sus nombres pasarían de Captain Marvel a Marvelman, y de Captain Marvel Junior a Young Marvelman), a partir del número 24 de Captain Marvel Adventures, publicación que desde su siguiente número acortó su título a Marvelman, de manera definitiva.
Durante los siguientes diez años, superando los 700 números (repartidos en sus distintos títulos), Marvelman y compañía entretuvieron a más de una generación de jóvenes británicos con historias sencillas, en lo general poco logradas y sí muy derivativas, pero que sin duda marcaron a no pocos lectores. Uno de ellos fue Alan Moore, quien al respecto explicó lo siguiente en un texto aparecido en Miracleman # 2 (Eclipse Comics, octubre de 1985):
Viendo hacia el pasado, especialmente desde la perspectiva de una generación educada prácticamente a partir de una pasarela interminable de mutantes, cyborgs y vigilantes rudos y realistas, debe ser complicado encontrar interés alguno en la primera corrida de las aventuras de Marvelman. Las historias eran simplistas tanto en el arte como en los guiones, y para cualquier lector familiarizado con la explotación de la Marvel Family original de Fawcett, estos personajes le parecerán tristemente derivativos.
De cualquier forma, cuando yo tenía seis años, en 1959, Marvelman fue el primer y único héroe con traje que vi en mi vida. Tal vez había entonces otros personajes británicos que calificaban como superhéroes…personajes como Dan Dare, The Steel Claw y The Spider ciertamente poseen todos los atributos requeridos…pero Marvelman fue el primer y único superhéroe con el reconocible estilo americano, hasta que en estos lares, a finales de los 70, Marvel Comics presentó su, producido en los Estados Unidos, Captain Britain.
Pero así como a Micky Moran, el destino (aunque es justo decir que Moore hizo camino al andar), le tenía preparado al joven escritor un acuerdo con Marvelman, que cambiaría el rumbo en la forma de concebir superhombres desde entonces.
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Nuestro colaborador
Actual editor de DC y Vertigo para Editorial Televisa/TBG, inició su carrera periodística en la sección cultural de Unomásuno. Colaborador frecuente de la desaparecida revista Cinemanía, fue jefe de información de área de Publicaciones de la Cineteca Nacional. Tiene un par de libros publicados dedicados a la historieta, H. P. Lovecraft y Alan Moore. Bajo el sello de Samsara Editorial recién publicó un compilatorio de Aníbal 5, cómic de culto creado por Alejandro Jodorowsky.
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