Por Miguel Ángel Cortés
Publicada en 2019, escrita por Mariko Tamaki y con Steve Pugh en el trazo y colores, Harley Quinn: Breaking Glass presenta un nuevo origen para la princesa arlequín relatado en primera persona. Se trata de una alegoría y cuasiparodia a los clásicos cuento de hadas, con una quinceañera Harleen Quinsel que llega a Ciudad Gótica para descubrir un mundo mucho más amplio y un tanto más complicado de lo que jamás le había pasado por su azucarada cabeza, para entonces dar rienda suelta a sus capacidades, que van más allá de retacarse de barras de chocolate, cereal y hot-dogs.
Así pues, Harleen llega a la gran ciudad en busca de su abuela, para encontrar con que esta ha fallecido recientemente. El encargado del departamento que habitaba la abuelita le dice a Harleen que el espacio tiene algunos meses de alquiler que fueron cubiertos por adelantado, así que Harleen no tiene por qué terminar en la calle. Así, el enorme pero apacible casero fungirá como hada padrina de la adolescente. De hecho, Mama, como se hace llamar, es también una especie de abeja reina en una pequeña comunidad drag.
La planta baja del edificio tiene un bar donde un puñado de divas cantan, bailan y ofrecen toda clase de estrambótica y necesaria diversión a las pobres almas de Gotham, sin importarles demasiado cómo se encuentren ellas mismas. En la escuela, Harleen conoce a Ivy, una chica afroamericana, feminista, activista y vegana (el paquete completo). A través de las pláticas con ella y con la tribu drag, Harleen descubrirá que el mundo puede ser maravilloso, pero que no siempre es fácil sobrevivir en él, que hay patanes y gente que no comprende ni tolera la diversidad; personas que imponen y omiten, que pisotean y niegan la existencia de la variedad, y que la única opción para sobrevivir es ser aguerrida, apasionada, colorida y subversiva.
El gran villano de la historia es la gentrificación, fenómeno que sucede cuando en una ciudad las empresas inmobiliarias compran y remodelan áreas en declive, lo que produce un alza en el costo de vida de dicha área, obligando a los residentes originales de la zona a mudarse. En la historia esto es orquestado por una poderosa familia de Gotham. No, no son los Wayne, sino los Kane, una pareja de empresarios, acompañados de su fanfarrón y pedante chamaco, que también asiste a la misma escuela que Harleen e Ivy.
Harley Quinn: Breaking Glass es una de esas lecturas cuyas piezas se reacomodan conforme avanza el lector, dando a todo un cierto sentido orgánico y haciendo que el espectador arroje frases como “claro, tenía que ser”, “lo pude haber hecho yo” o “se me pudo ocurrir a mí”. Parte del encanto de un buen truco de magia es verlo y creer que es algo sencillo.
Con bello arte, colores vibrantes, deliciosa visualmente, esta historia es un desfile de modas en una dulcería en llamas. Aunque me parece que se desinfla al final, me ha dejado con ganas de leer más de Mariko Tamaki, fuera del género de los súper héroes y de las grandes editoriales. De Steve Pugh solo sé que ya cuenta con una buena trayectoria y que sin duda se encuentra en su mejor momento. ¡Vaya bomba!
El formato en el que se publicó no es el común (como referencia, se parece a los tomos de tamaño mediano que utiliza Panini para sus mangas), pero es muy cómodo para las manos, aunque no sé si sea el mejor para la lectura y disfrute visual de la obra.
Con todos esto, Breaking Glass termina siendo un bello experimento, una de las obras piloto del subsello DCInk, cuyo público meta son lo jóvenes adultos y adolescentes, aunque eso no implica que sea el único tipo de lectores que puedan consumir dichas historias. Vale la pena darse una oportunidad con esta historia, pues quizá de a poco el mundo cambie y en los trozos de cristal roto hallemos un mejor reflejo de nosotros como individuos y sociedad.