De entre todos los cómics autobiográficos de los 90, incluyendo el Yummy Fur de Chester Brown o el fenomenal Peepshow de Joe Matt, el más exitoso fue sin duda HATE, de Peter Bagge.
Por supuesto, jamás alcanzó las cifras de venta de los superhéroes (por lo que por desgracia le es desconocido a muchos lectores en México, que parecen más interesados en la talla de los calzones de Wolverine), pero para la editorial independiente Fantagraphics fue uno de sus títulos más rentables durante toda esa década.
Lo que diferenciaba a HATEde las demás series del mismo género era su protagonista, Buddy Bradley. El personaje ya había aparecido en un puñado de historias en Neat Stuff, la antología de Bagge de los años 80, pero ahí todavía era un adolescente con acné en la cara viviendo con su familia en Nueva Jersey. HATE inicia, precisamente, cuando Buddy se muda de ciudad para vivir solo.
Lo primero que necesitan saber de Buddy Bradley, antes de seguir leyendo, es que era un hijo de la chingada. No se trataba de un Peter Parker, es decir un perdedor ordinario con buenas intenciones y corazón de oro que nadie puede descubrir.
Por el contrario, Buddy era egoísta y mezquino, por no mencionar misógino y racista. Si podía bajarle la vieja a su amigo no dudaba en hacerlo. No sabía lo que quería hacer con su vida, y si se le ocurría algo era demasiado flojo para hacer algo al respecto. Cuando algo malo le sucedía (lo que era constante) por supuesto culpaba a alguien más, no a su falta de disciplina. En resumen, no es difícil ver por qué tantos nos identificábamos con Buddy.
Los primeros 15 números de HATE tratan sobre la vida de Buddy y sus extraños roomies en Seattle, sus penosas desventuras amorosas y sus absurdos intentos por hacer dinero, mientras que la segunda mitad de la serie (ya a todo color gracias a las buenas ventas) sigue a Buddy cuando tiene que regresar a Nueva Jersey a vivir a casa de sus padres otra vez.
Esto lo menciono porque el hecho que la historia ocurriera en Seattle, la cuna del grunge a principio de los 90, ayudó mucho a la popularidad del cómic.
Grupos como Nirvana, Pearl Jam y Alice in Chains pusieron a la ciudad en el mapa del mundo y muchos agarraron a HATE como estandarte de la Generación X. El mismo Buddy vestía siempre jeans viejos y su camisa de franela, el uniforme casi de rigor de los grungeros.
Curiosamente, hasta el día de hoy Bagge insiste en que todo esto fue tan solo un fortuito accidente (él vivía en Seattle, así que ahí ocurre la historia, punto). Las etiquetas grunge y slacker en realidad todavía no se usaban. Sea cierto o no, el caso es que Buddy representaba a la Generación X de manera perfecta.
Buddy coleccionaba discos (puro vinilo, por favor) y cómics, y se la pasaba platicando sobre ellos todo el tiempo. Era bastante crítico de las personas que no sabían de música. En otras palabras, un proto-hipster. La intención de Bagge, en sus propias palabras, siempre fue la de crear un personaje por completo desagradable, y él resultó el más sorprendido cuando Buddy se volvió tan popular con todo mundo.
Por supuesto, el estilo de dibujo de Bagge es el otro atractivo de la serie. Una sensación de movimiento frenético permea cada panel, con los brazos y piernas de espagueti de todos los personajes recordando más bien aquellos cortos animados originales de Disney y la Warner de los años 30 y 40.
La serie ocurre en tiempo real, además, lo que es otro atractivo para los que han leído a Buddy desde el principio y han envejecido junto con el personaje.
Tras terminar la serie en 1998 con el número 30, Peter Bagge la revivió en el 2000 con una serie de anuales en los que Buddy ya no tiene la melena de veinteañero, ya está casado, tiene un hijo, y hasta intenta vestir mejor. Su vida sigue apestando, y recientemente su esquizofrénica mujer (otro caso) lo dejó, pero la vida continúa.
Igual que para el resto de nosotros…