Por Aldo Iván Espinosa. Publicado originalmente en Comikaze #30 (marzo de 2016).
Foster y Vaughn son dos policías bonitos que persiguen terroristas feos por las calles de Nueva York. Se contagiaron de una enfermedad terrible y sus días están contados, pero son guapísimos. Su belleza no es interior o del alma, sino más bien física y muy evidente, y la contrajeron de la única manera en que uno se vuelve guapo en estos días: por contacto sexual.
Beauty is in the air
Según Umberto Eco en su Historia de la belleza (2004), bellas son las cosas que nos gustan, que valoramos como buenas, o que desearíamos poseer. Lo bueno, por su parte, es un ideal estético o moral que habita el campo de los sentidos o de la conciencia, y resultan bellas, aunque diferentes, la donación altruista de un órgano, por su bondad, o Mila Kunis, porque nos gusta.
A lo bello, pues, lo define el valor que le asignemos, y ese valor, de acuerdo con Luis Villoro (El poder y el valor, 1997), son todas aquellas características que nos hacen tener una actitud favorable o positiva hacia un objeto o situación en particular. Esta disposición emocional, como define Villoro a la actitud, es la que nos hace considerar algo valioso, es decir, creemos que tiene determinadas características y esas mismas características nos causan agrado.
Siento atracción hacia algo porque lo encuentro deseable, pero lo deseo porque creo que tiene tales o cuales propiedades, señala Villoro en el libro mencionado. Mientras que podemos estar alegres o tristes nada más porque sí, la actitud positiva se remite siempre a un objeto en particular, sin importar si éste es un bien alcanzable, ideal o imposible (Mila Kunis o la donación de un órgano, de nuevo). Lo bello, entonces, resulta agradable pero no desde la inmediatez de lo necesario (lo deseo porque lo necesito), sino desde la pasividad de la contemplación (lo deseo porque lo valoro). Lo bello es bello, sea nuestro o no.
Entonces, un bien, como dice Eco, es todo aquello que estimula nuestro deseo; ese mismo estímulo, añade Villoro, puede hacernos reconocer la carencia de dicho bien. Esta falta se alivia, o al menos disminuye, en presencia del valor, ya sea porque reconocemos el valor intrínseco de lo que carecemos (Mila Kunis), o porque valoramos todo aquello que, de manera extrínseca, alivia la carencia (nuestro póster de Mila Kunis).
Hasta aquí todo iba muy bien y era muy claro, pero de pronto un día a la belleza se le ocurrió dejar de ser materia de lo teórico (deseo, carencia, valor), para convertirse en una enfermedad de transmisión sexual, asequible plácidamente por contagio, y con legiones haciendo fila para contraerla.
¡Qué guapa soy, qué tipo tengo!
Estamos en una realidad muy parecida a la del siglo XXI, y la belleza ha enviado al baúl unisex de la obsolescencia a los postizos, el maquillaje, las depilaciones, los liftings, y todo un artificial e inútil etcétera. ¿La razón? Un virus transmitido sexualmente ha comenzado a esparcirse por el mundo, y sus signos en los infectados son la pérdida de grasa corporal, rasgos afilados en el rostro, y pelo sedoso como de anuncio de shampoo. La vox populi llama a esta nueva infección La Belleza.
The Beauty, escrito por Jeremy Haun (que también lo dibuja) y Jason A. Hurley, y publicado por Image Comics, plantea el cumplimiento de un deseo acariciado por todos: ser atractivos físicamente. Ya sea por su valor intrínseco o por lo que puede alcanzarse con ella, la belleza en este universo abandona su nicho aspiracional, el esfuerzo permanente, su carencia incómoda, para convertirse en el no-va-más del consumismo occidental.
Enfermedad que se manifiesta en cuestión de horas, y cuyo síntoma es una fiebre ligera pero permanente, La Belleza, pese a todo y como sea, finalmente se adquiere. Ningún otro símbolo de estatus, ninguna lógica, ningún fuego de artificio parece contenerla, salvo el suyo propio: los infectados comienzan a caer muertos presas de una combustión interna que los ilumina de pronto, y así también de pronto los fulmina.
You’re my sister
Según Jean Baudrillard en su libro De la seducción, lo primero que combaten las revoluciones (incluida la sexual) es la seducción de las apariencias. El artificio, el engaño, la faramalla, no tienen cabida en los sistemas de producción que buscan erradicar la carencia, y el deseo y la carencia, como ya lo vimos con Villoro, suelen ir de la mano. Satisfecha la carencia no hay deseo, y sin deseo la seducción resulta inútil.
¿Pero qué pasa cuando la seducción de lo bello es lo que anima a todo un sistema de producción? La sexualidad como motor de La Belleza y, en última instancia, de la seducción que produce más seducción, es lo que ponen en juego Haun y Hurley a través de los protagonistas de The Beauty, Foster y Vaughn, una pareja de detectives de Nueva York cuya tarea consiste en investigar todos los crímenes relacionados con La Belleza, al mismo tiempo que sufren los estragos de estar infectados, ellos mismos, por la enfermedad.
Atrapados en mitad de una guerra entre grupos extremistas que combaten a los portadores, y la farmacéutica que busca a toda costa no curar sino paliar los efectos de La Belleza (ya sea controlando agencias federales o alquilando matones como el Señor Calaveras), Foster y Vaughn tienen que lidiar además con la muerte por combustión interna de los infectados, mientras escuchan el tic-tac de su propia inmolación corriendo ya en cuenta regresiva.
Inmediatas, espontáneas, fulgurantes, la seducción y la belleza en The Beauty transitan también los caminos del relato recogido por Pausanias: Foster y Vaughn recuerdan la historia de Narciso y su hermana gemela, hermosos los dos, espejos del otro mimetizado, mito que Haun y Hurley repiten no sólo en la pareja de detectives, sino también en las gemelas dueñas de la farmacéutica Aberocorp, en las hijas gemelas de la agente Branson, y en algo que llaman, a lo largo del primer arco argumental, las Matanzas de Narciso. Casi nada.
Así, The Beauty teje una historia de espejos, ilusiones, producciones y reproducciones, cuyo argumento no sólo es de índole policíaca sino también filosófica y estética, y donde carencia, deseo y belleza física se topan, irremediablemente, con la muerte. Porque al final, como afirma Baudrillard, las grandes historias de seducción siempre son fatales.