Ghost World: Los fantasmas inadaptados de Clowes

Por David Enrique Sánchez Reyes. Publicado originalmente en Comikaze #9 (julio de 2010).

 

 

¿Qué es un fantasma?—preguntó Stephen.

Un hombre que se ha desvanecido hasta ser impalpable,

por muerte, por ausencia, por cambio de costumbres.

James Joyce (Ulises, 1922)

 

Cuando hablamos de cómics alternativos, el nombre más prominente del campo es sin duda el de Robert Crumb, fundador de los cómix (sí, con “x”), cuya distinción fue retratar sin adornos a la contracultura hippie de los años 60, haciendo énfasis en su estilo de vida hedónico y su práctica de filosofías que pretendían ser elevadas.

Debido a que la incansable búsqueda por el amor y la paz parece haber desaparecido del espíritu de los jóvenes (aunque el hambre de sexo y drogas de esa década ha permanecido entre nosotros), la contracultura actual está conformada por seres espectrales que poco se parecen a sus ancestros libertinos. Es por eso que si buscamos un buen ejemplo de estos individuos en los cómics, seguramente encontraremos en ellos el sello de Daniel Clowes.

Desde 1985, la obra de este artista estadounidense ha sido publicada en la editorial de cómics alternativos Fantagraphics Books. Sus historias están llenas de fenómenos y parias de la sociedad que, a pesar de todo, logran siempre una identificación con el lector (por más que uno se considere normal). Estos personajes llevan una vida cargada de ironía, a veces bastante cruel, que suele provocar risas en medio de una reflexión que nace de la crítica fundamental de Clowes: la vida hace lo posible por humillarte, y la gente se reirá de ti si tratas de oponerte.

 

Bajo esta premisa, su serie Eightball, publicada desde hace veinte años, ha creado un mundo de personajes singularmente extraños que, la mayoría de las veces, tardan tan sólo un par de páginas en recibir su cotidiana dosis de humillación. En algunos casos, Clowes dedica más espacio a personajes con un mayor trasfondo que, sin embargo, no dejan de existir sólo dentro de los límites de la sociedad. Es así como tenemos números de Eightball con un argumento mejor definido y que se han compilado a manera de novela gráfica. Entre éstos se encuentra el cómic que mejor retrata a la contracultura norteamericana de nuestros tiempos: Ghost World (Mundo de Fantasmas).

En éste se trata la historia de Enid Coleslaw (anagrama de “Daniel Clowes”), una adolescente inadaptada y arrogante, y su única amiga, Rebecca Doppelmeyer, a quien parece envidiar debido a su personalidad menos áspera y su físico que se ajusta mejor a los estándares de la sociedad. Estas dos amigas pasan sus días dando vueltas en el pueblo de nombre desconocido donde viven, visitando sus innumerables establecimientos, desde restaurantes de comida rápida hasta sex-shops.

 

A primera vista, lo anterior puede sonar a un capítulo cualquiera de Daria (la inadaptada cool de MTV), sin embargo, el genio de Clowes para contar una historia aparentemente simple hace una gran diferencia entre ésta y cualquier otra historia de adolescentes.

Un detalle que inmediatamente llama la atención al momento de empezar a leer Ghost World, es el efecto visual que provoca el ver un cómic hecho en blanco, negro y azul. Según el mismo Clowes, su propósito era el de provocar una sensación parecida a la que uno tiene al caminar por las calles durante el atardecer, cuando la luz predominante es la de las televisiones encendidas en las casas. Este detalle le da a la historia una cualidad estática que la hace casi atemporal, como suspendida en la atmósfera artificial de este momento.

No se trata, sin embargo, del mismo fenómeno que sufre casi cualquier personaje del mundo de los cómics (en cincuenta años de publicación, Charlie Brown apenas envejeció cuatro años, y de él podemos decir que por lo menos envejeció). La aparente inmutabilidad de esta historia no es arbitraria; se trata de un reflejo directo de sus protagonistas, Enid y Rebecca, quienes se encuentran probablemente en el momento más crucial, y al mismo tiempo, más impreciso, de sus vidas: el supuesto fin de la adolescencia. Este momento sin duda armoniza con el acto de caminar a casa, o lejos de ella, antes de que oscurezca, y mientras las demás personas siguen con sus vidas, estas dos chicas (Enid principalmente) permanecen en una actitud contemplativa que siempre culmina en el rechazo de todo lo que van encontrando en su camino.

 

Es curioso que ambas jóvenes se distingan de las otras personas principalmente por su cinismo. En realidad, el lugar donde viven Enid y Rebecca está lleno de gente fuera de lo normal: desde parejas satánicas que sólo comen comida congelada, hasta una señora que pasa todo el día asomada por la ventana, gritando a cada individuo que pasa su parecido con algún personaje ridículo de la farándula. Quizás la única persona que encarna el esnobismo de la sociedad sea Melorra, una joven aspirante a actriz que está siempre al tanto de la vida de los demás y cuyo afán por ser popular es tal que hasta intenta socializar con Enid y Rebecca.

Lo anterior se debe a que en el mundo de Clowes todos somos, hasta cierto punto, únicos (aunque eso no significa que seamos especiales); todos tenemos el potencial para ser excéntricos y llevar una vida inevitablemente ridícula. Rebecca acepta con renuencia esta temible verdad, mientras que Enid la rechaza, y de aquí brota el verdadero conflicto de la historia.

Al igual que Mark Renton, el protagonista de Trainspotting, Rebecca se resigna a vivir de una manera convencional: consigue trabajo en una cafetería, se hace pareja del apático pero inteligente Josh y, finalmente, se despide de Enid, quien representa el único obstáculo real para su nueva vida. Su relación termina de una manera trágicamente típica y realista: Enid entra a la cafetería donde Rebecca apenas empieza a trabajar y luego de un rato se despide de su amiga diciendo “háblame un día de estos”. Esto último es sólo una formalidad, pues una de las tantas peleas que acabaron con su amistad se debió a que Rebecca ponía más de sí en la relación, y a raíz de esto dejó de hablarle en las noches a Enid, lo cual hacía muy a menudo.

 

De aquí en adelante todo se presta a la interpretación. Enid se marcha en el mismo autobús sin ruta definida que se lleva a un anciano cuyo nombre las chicas suponen que es Norman, pues se encuentra escrito en el suelo, junto a la banca donde el viejo permanece sentado. Para Enid no queda otro camino; luego de fracasar en sus intentos por entrar a la universidad, entablar una relación con Josh y mantener la relación con Rebecca, lo único que le queda es seguir el camino del viejo que pasó su vida sentado en la parada del autobús y que, al final, sólo desapareció en el horizonte.

Hay quienes ven en este final una alegoría del suicidio, apoyándose en la imagen del cemento con el nombre del anciano, como si se tratara de una lápida, pero en realidad a Clowes no le interesa hacer mártires. Es aquí donde el concepto de fantasma acuñado por James Joyce debe sustentar el final. La incapacidad de Enid para adaptarse al mundo la va convirtiendo en un fantasma para las personas que la rodean (incluso en su último encuentro, Rebecca, quien ahora necesita lentes, le dice a Enid que la ve borrosa).

 

 

Pero también hay otro elemento que no debemos dejar de lado. Cuando Enid va a tomar el autobús, ve a lo lejos un hombre que pinta en todas partes la frase Ghost World, el cual desaparece cuando ella lo intenta alcanzar. Esta frase, que puede traducirse como Mundo de Fantasmas o Mundo Fantasma, hace alusión a las enajenadas vidas de los habitantes de este pueblo/mundo, y su doble sentido nos habla no sólo del distanciamiento que hay entre una persona y otra, sino también entre persona y lugar, dejando al mundo material como un fantasma. 

De esta manera, Clowes hace del inadaptado alguien que corre el riesgo de desvanecerse, a veces sólo de la vida de las personas, y en otras del lugar en el que vive, dejándonos entonces con una oscura reflexión: no hace falta morir para desaparecer de este mundo.

 

Author: Administrador

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