Por Dán Lee
La primera escena de Hey, Kiddo, historieta autobiográfica de Jarrett J. Krosoczka (Scholastic, 2018), transcurre en un cementerio, donde un Jarrett adolescente recibe lecciones de manejo. El instructor es su abuelo Joe, quien lo lleva a practicar allí para que no atropelle a nadie. En el panteón, el abuelo, contento, le muestra al joven el lote que ha adquirido para que coloquen la tumba de los abuelos cuando mueran. El autor se entristece, pues no entiende por qué el abuelo se alegra de eso (para Joe significa liberar a sus hijos de la carga de los gastos fúnebres).
Esta anécdota es importante para Jarrett, pues al haber sido criado por sus abuelos presiente que morirán antes de que él sea adulto, y es importante para la novela también pues perfila muchos de los desencuentros que habrá entre el autor y sus padres adoptivos, los abuelos maternos. Estos choques no son frontales, no son dolorosos ni dramáticos; simplemente se dan por la brecha generacional que los divide. Entre ellos hay muchos años de distancia, y no hay un padre o una mamá con la edad intermedia que sirva como puente entre ambas generaciones.
Krosoczka fue criado por los abuelos ante la ausencia de su madre Leslie, quien fue una presencia intermitente en la vida del autor. Desde el inicio de la historia se percibe que algo no anda bien con Leslie, pues cuando ella aparece la atmósfera se rarifica, un aura de extrañeza rodea sus conductas, aparentemente inexplicables. La verdad sobre Leslie se desnuda hasta la mitad de la obra, y antes de que el secreto se revele, el autor tiene la habilidad para mostrar la falta de balance que experimentaba el niño Jarrett en sus primeros años, los que vivió junto a Leslie en una casa demasiado grande para ellos dos, una época en la que hombres desconocidos para el niño entraban a la casa; la policía arrestaba a Leslie al salir de los centros comerciales sin que Jarrett entendiera por qué; con un pequeño que a la edad de tres años desconocía lo que era un desayuno caliente.
Estas y otras vivencias se narran desde el punto de vista de un Jarrett a quien esto le resultaba lo más natural… aparentemente, pues el autor narra una pesadilla recurrente que lo atormentaba en esos días, en la que un monstruo se le acercaba por la espalda, y cuando Jarrett lo miraba, el ser se paralizaba, pero justo entonces aparecía otra criatura por detrás y el acoso se repetía una y otra vez, hasta ser capturado. Este sueño muestra cuán frágil e intermitente era la seguridad que experimentaba el infante Jarrett.
Yo no sabía nada de eso. Sólo supe que tenía un nuevo hogar
En una ocasión en que Leslie se pone particularmente en peligro, el abuelo Joe interviene para evitar que su nieto vaya a parar a los servicios de asistencia social, así que se convierte en el tutor de Jarrett. La vida del pequeño cambia: tiene acceso a una familia, pues sus tías adolescentes viven en la casa de los abuelos; recibe mayores cuidados, e inclusive puede tener una mascota (un hámster que protagoniza un par de anécdotas de terror). Con este nueva estabilidad, el enfoque cambia y el lector acompaña la carrera de Krosoczka desde los primeros trazos infantiles hasta sus primeros trabajos publicados en un periódico, ya en la adolescencia. Este acompañamiento se da de forma literal, pues además de la voz en primera persona del autor como narrador, la novela incluye facsímiles y reproducciones de dibujos, tarjetas y documentos que fueron importantes en la vida personal y profesional del autor. Por ejemplo, podemos ver el primer dibujo que hizo en el jardín de niños, en el que representó a su familia (los dos abuelos y él), un mural que pintó en la pared de la secundaria a la que acudió, y la primera caricatura suya que se imprimió en el periódico escolar.
Siempre añade una salpicada de color, decía el abuelo cuando se arreglaba para salir
El cómic está elaborado en acuarelas grises, tinta negra y tonos naranjas, el color del pañuelo favorito del abuelo Joe. Como resultado, se crea una atmósfera de nostalgia, tal vez de tristeza, a pesar de que la mayoría de las anécdotas relatadas deberían ser felices. Tal vez este tono apagado en cuanto a la intensidad emocional afecte al lector en ambos sentidos, pues al igual que la alegría se ve atenuada, también los momentos de tristeza se perciben menos dolorosos al no salir del ambiente gris en el que está inmersa la historia de Jarrett.
Aunque el estilo parece sencillo, Krosoczka se las arregla para caracterizar a los personajes con unos cuantos trazos y que así sean fácilmente identificables a lo largo de la obra, sin importar el paso de las décadas.
El logro más importante de esta novela gráfica es que el autor logra retratar de forma luminosa una situación de abandono que en otras manos podría haber sido demasiado dramática. Sí, fue hijo de una madre soltera que lo descuidó y a quien vio muy poco durante su infancia, pero de ella heredó el talento artístico, y tuvo la suerte de que los abuelos se hicieran cargo de él. Sí, su abuela era alcohólica y un tanto problemática, pero nunca disfuncional, nunca violenta con él. Además de lo anterior, los abuelos tuvieron la flexibilidad suficiente como para dejarlo seguir su vocación y estudiar una carrera que ellos veían como poco redituable. Nuca coartaron las ganas de Jarrett de ser artista, y él lo agradece en varios momentos a lo largo de la obra.
¿En la escuela católica te dejan dibujar eso?
Un aspecto que llama la atención de forma positiva es que Hey, kiddo! esté publicada en una colección para lectores jóvenes, pues se tocan directamente y sin disfraces tópicos como las adicciones y el embarazo adolescente, temas adultos narrados con sencillez y claridad para todas las edades. Es un buen signo de evolución y de posicionamiento del cómic para nosotros, los viejos lectores, a quienes aún nos tocó lidiar con la idea errónea de que la historieta es sólo para niños.