Por Alberto Calvo
Peter Cannon, el hombre conocido como Thunderbolt, es el héroe más grande de la Tierra. Su inteligencia supera a la de cualquier otro ser vivo, y sólo su heroísmo es mayor, por lo que no es raro que todos recurran a él en el momento de mayor necesidad de la especie humana. Si tan sólo no odiara al mundo que se supone debe salvar…
Es probable que en la historia del cómic no haya existido un cómic tan explotado como Watchmen. Lo que se suponía era una historia única y finita se convirtió en un éxito de ventas que sacó lo peor de DC Comics y Warner, su compañía madre, que a lo largo de más de 30 años han buscado formas de seguir exprimiendo cuanto sea posible a una propiedad que en su momento prometieron sería devuelta a sus autores.
La promesa (según la cual Alan Moore y Dave Gibbons recibirían los derechos intelectuales de su creación una vez que ésta agotase su vida editorial… lo que no ha sucedido y quizás jamás pasará) no cumplida no es algo extraño si hablamos de una corporación y una franquicia que no ha dejado de generar dinero, pero al ver el pobre nivel de calidad de los productos que buscan perpetuar esta explotación, como Before Watchmen o Doomsday Clock. Está claro que la idea es obtener dinero sin importar la calidad del producto.
Y esa falta de calidad es lo que hace que los derivados que valen la pena resulten dignos de recatar, como es el caso de Multiversity: Pax Americana, de Grant Morrison y Frank Quitely, o la reciente adaptación televisiva que Damon Lindelof realizó para HBO. Pero lo que hace especial a Peter Cannon, Thunderbolt es el hecho de que se trata de una secuela no oficial, realizada por otra editorial, pero con un fuerte lazo a la idea original detrás de Watchmen.
El héroe titular fue creado en 1955 por Pete Morisi, y sus aventuras eran publicadas por Charlton Comics. En los 1980, al borde de la quiebra, Charlton empezó a vender propiedades, y la mayoría de sus superhéroes fueron adquiridos en 1983 por DC Comics. Cuando Alan Moore hizo la propuesta inicial para Watchmen, su intención era usar a esos personajes, pero DC decidió conservarlos e integrarlos a su línea regular, así que Moore y Gibbons crearon nuevos personajes inspirados por aquellos héroes.
En el caso de Peter Cannon, él fue la base para la creación de Adrian Veidt, Ozymandias. Por una peculiar cláusula contractual, cuando Pete Morisi falleció en 2003, los derechos del personaje quedaron bajo el control de su familia. DC tenía la opción de pagar una licencia de uso, pero dado lo poco que lo habían utilizado, decidieron no hacerlo, y unos años después la familia Morisi firmó un acuerdo con Dynamite y el personaje apareció en su propia miniserie en 2008.
Pero lo que nos atañe es Watch, historia contada en una miniserie de cinco números publicada en 2019, escrita por Kieron Gillen y con arte de Caspar Wijngaard, color de Mary Safro y rotulado de Hassan Otsmane-Elhaou. Esta curiosa serie es un elaborado ejercicio metatextual que deconstruye Watchmen y la influencia que tuvo en el género de superhéroes y en toda una camada de escritores para quienes marcó un cambio en el paradigma bajo el que opera dicho género.
La historia abre con la ciudad de Los Angeles bajo el ataque de extraterrestres surgidos de la nada (como el cefalópodo gigante en el clímax de Watchmen) y los héroes del mundo suplicando por la ayuda de Cannon. De forma renuente, éste accede a salvar al mundo, pero lo que aprende sobre la invasión lo deja atónito: La invasión era tan ficticia como letal, y la persona responsable es el Peter Cannon de una realidad alterna.
Esa es la premisa de la que parte este interesante ejercicio narrativo de Gillen, el cual está lleno de alusiones y referencias tanto gráficas como textuales a la clásica obra de Moore. No es ningún secreto que Gillen adora Watchmen y admira mucho de lo que hizo por el medio, pero eso no significa que esta obra sea un homenaje. En realidad se trata de un análisis a fondo del impacto de Watchmen en la narrativa contemporánea de cómics, realizado de una forma crítica.
Desde la primera página, Peter Cannon, Thunderbolt despliega y se mofa de los aspectos nihilistas de Watchmen. Cannon es un héroe renuente que odia a la sociedad, pero el descubrimiento de que existe una versión oscura y malvada de sí mismo lo lanza en un viaje para detenerlo que se convierte también en un ejercicio de búsqueda personal que lo lleva a la realización de que lo que hace especial al mundo, lo que hace que valga la pena salvarlo, es la gente que lo habita.
La idea detrás de Ozymandias es que se trata del hombre perfecto, pero en el caso de Peter Cannon esa presunción es puesta a prueba, y a lo largo de la historia el protagonista aprende que ser la persona más inteligente de la habitación no lo convierte en la mejor, que siempre hay espacio para mejorar, y que la búsqueda por ser un mejor hombre es una constante, un trabajo siempre en progreso.
A lo largo de los cinco números que forman esta historia, Gillen analiza y desmenuza Watchmen, rescatando la tesis postulada por Moore acerca del género de superhéroes, pero al exponerla lo hace a una nueva luz, y aprovecha para explicar por qué fue genial y relevante pero, más importante aún, nos dice por qué se ha vuelto obsoleta y nos pide seguir adelante, pasar a lo que sigue y probar cosas distintas para que el medio del cómic siga evolucionando.
A pesar de lo ominoso que puede sonar todo esto, es importante apuntar que Gillen se asegura de no tomarse las cosas demasiado en serio, y añade un cierto humor a la forma en que expone algunos de los temas de Watchmen y la fascinación que estos han ejercido sobre autores y fans durante más de treinta años. No llega a convertirse en una sátira, pero es evidente que no teme mofarse de ciertos aspectos de la clásica épica de Moore.
En particular, el número 4 de la serie es especial, pues luego de que aprendió a romper la cuarta pared desde el primer número, Cannon visita el mundo “real”, representado como un claro homenaje al trabajo de Eddie Campbell, colaborador frecuente de Moore, e incluso convierte al brujo de Northampton en uno de los familiares parroquianos del bar The Clock, quienes son versiones mundanas de los protagonistas de Watchmen.
Aquí me parece importante recalcar el extraordinario trabajo de Caspar Wijngaard, quien juega de forma magistral con la cuadrícula de nueve viñetas y cada vez que la rompe lo hace de una forma creativa y espectacular, pero sobre todo con propósito. Su manejo de los personajes en cuanto a expresiones faciales y lenguaje corporal es maravilloso, y el distintivo diseño de cada uno de ellos es parte del desarrollo que estos tienen a lo largo de la historia.
El color de Mary Safro es el complemento perfecto, creando atmósferas y jugando con la mezcla y balance de tonos cálidos y fríos de una forma diametralmente opuesta a la estridente paleta usada por John Higgins en Watchmen. Del mismo modo, el trabajo de Otsmane-Elhaou en los rótulos es parte integral del mensaje y la narrativa en esta peculiar serie.
En resumen, Peter Cannon, Thunderbolt: Watch, es una magistral meditación acerca de Watchmen y el embrujo que ha mantenido sobre los cómics de superhéroes por más de tres décadas, es una crítica a la obsesión de los lectores de superhéroes con esa obra, y una invitación a pasar la página e ir a lo que sigue. Y es el mismo protagonista quien mejor lo resume en uno de sus parlamentos finales: “Al final, ¿esto? ¿todo esto? Lo hiciste hace treinta años. Por favor, intentemos algo diferente”. No sé ustedes, pero yo no podría estar más de acuerdo.