Por Fernando Zertuche
Leí por primera vez The Stand, de Stephen King allá por el lejano 1982, y para mí es uno de los mejores libros de su extensa bibliografía. A pesar de ser toda una epopeya, lo que más se me quedó grabado fue el primer tercio, el que describe una pandemia conocida como Captain Trips, que acabó con 99.4 por ciento de la población mundial.
Esta novela contó con dos ediciones: la original de 1978, recortada aproximadamente a ochocientas páginas por consideraciones editoriales, y una completa y sin cortes de 1990, que cuenta con casi mil doscientas páginas.
En 2008, luego del éxito de Dark Tower, Marvel Comics decidió adaptarla también, aparentemente a sugerencia del propio King, bajo su dirección artística y ejecutiva, y con guiones de Roberto Aguirre-Sacasa y arte de Mike Perkins.
La adaptación consta de seis arcos de cinco números cada uno, salvo por el último, que es de seis. Los primeros dos, Captain Trips y American Nightmares, relatan el génesis de la pandemia desde el Ground Zero: un laboratorio militar en algún lugar de California, y cómo se va propagando exponencialmente, siguiendo la ruta del contagio, al tiempo que nos presenta a los protagonistas, los sobrevivientes que, por razones desconocidas, son inmunes.
Esta es una historia firmemente anclada en la batalla eterna entre el bien y el mal. Tenemos dos bandos que, guiados por sus sueños, se dirigen hacia dos polos distintos de una nación desierta, los cuales avanzan inexorablemente hacia una confrontación final, que es de donde viene el título de la obra pues, una vez desaparecida la civilización, esta es la última y heroica resistencia de la humanidad, su Last Stand.
La mayor virtud en esta narración con un marco tan simple, son sus personajes, que parten de un cierto cliché, con “malos” y “buenos”, hasta ser personajes tridimensionales que evolucionan a su máximo potencial, obligados por la cooperación necesaria ante circunstancias extremas. En un sendero de supervivencia, heroísmo y maldad, encontramos a humanos de todas clases, con cualidades y defectos, tan bien armados que se vuelven entrañables, y eso es a lo que todo buen relato siempre aspira.
Cabe destacar a un magnífico antagonista: Randall Flagg (The Dark Man, The Walking Dude) la personificación de la maldad, aunque esto puede sonar muy caricaturesco, está dotado de cualidades auténticamente oscuras pero apegadas a cierta realidad, que es la misma en donde cohabitan personajes como Pennywise o Leland Gaunt. Flagg gravita por encima de ellos, es su adversario por antonomasia y es indestructible, pues reaparece constantemente en su obra.
En 2020 todo esto puede sonar como el más común de los lugares, pero tomemos en cuenta su antigüedad de 42 años. Fue escrita antes de que los apocalipsis zombie o las distopías totalitarias aparecieran hasta en los Corn Flakes. Es una obra definitivamente referencial a todo lo de hoy, incluida la realidad. La pandemia que inicia este relato es la razón de ser de todo y es la alegoría más siniestra a los impulsos autodestructivos de la humanidad: creada por el hombre para destruir a otros pero al final, como era de esperarse, totalmente fuera de control, es su perdición.
La adaptación es realmente muy buena y el trabajo de Aguirre y Perkins resulta ser de lo mejor. Tenían frente a ellos una tarea titánica: ser fieles pero sin perder la esencia de un monstruo de mil doscientas páginas. Así que si sienten ganas de alimentar su paranoia, y ahora que seguramente tendrán algo de tiempo libre, busquen la adaptación que Marvel Comics hizo de The Stand, y sigan los pasos de la pandemia que acabó con la mayor parte de la humanidad.
31 marzo, 2020
Excepcional