Por Fernando Zertuche
Los druidas creían que el sufrimiento daba poder a ciertos lugares: bañados en terror y desesperación que reverberaba en la roca y el suelo para siempre.
–From Hell – Capítulo 4
El Imperio británico del siglo XIX fue el ingeniero de varios infiernos, sobre todo en sus colonias, pero tal vez el más célebre fue el de Whitechapel, en medio de su corazón. Y quién mejor para describirlo que Alan Moore.
En 1888 y en tan solo unos meses, sucedieron en esa zona los que hoy conocemos como los crímenes de Jack the Ripper, o “El destripador”, el asesino en serie más notable de la modernidad. Cien años después, la cantidad de información, debate y teorías acerca de su identidad, en todo tipo de medios, eran incontables, y fue justo en ese año que Moore y Eddie Campbell decidieron narrar su versión de estos hechos.
El resultado fue From Hell, una obra monumental en todos los sentidos, por su magnitud (casi 600 páginas incluido un extenso apéndice), rigor (bordeando en lo académico de la erudita investigación), exactitud y perfeccionismo para dotarla de la mayor plausibilidad alcanzable, por la resonancia que tuvo en la época de su aparición, cuando aún se consideraba al cómic como un medio pueril, indigno de temas profundos, pero sobre todo por la enormidad temática del relato en que ambos artistas vertieron, en mi opinión, una personalísima, fundamental y entrañable parte de su poder creador.
La historia de su publicación ha sido larga y accidentada. En entregas episódicas pasó por Spiderbaby Grafix, Tundra y Kitchen Sink hasta su conclusión en 1996. Después vinieron las recopilaciones, y 30 años después de su concepción, una Master Edition, coloreada por Campbell y publicada por Top Shelf. Ésta, que ha aparecido en entregas y finalizará este año, es la que analizamos aquí.
La trama central, o mejor llamémosle estructural, proviene de la teoría sobre la identidad de Jack el destripador presentada en el libro The final solution de Stephen Knight (1976), pero dista mucho de ser una adaptación, pues para Alan Moore es sólo, digamos, el trampolín de salida. Dicho libro postula que fue Sir William Gull, uno de los médicos personales de la Reina Victoria, quien perpetró los asesinatos, no sólo con su conocimiento, sino bajo sus órdenes directas y encubierto por la extensa red de miembros que la Logia Masónica tenía en la aristocracia y burocracia del reino.
Todo esto ha sido ampliamente desacreditado en años subsecuentes, pero la identidad de Jack el destripador no le interesaba en lo absoluto a Alan Moore. En ese punto en su carrera sucedían dos cosas: estaba cansado de su relación con las grandes compañías y de toda la problemática que se generaba en éstas, y tenía ya el suficiente prestigio para escribir lo que se le diera la gana.
A partir de los hechos conocidos del extensamente documentado caso, y de una excepcional investigación, Moore despliega todas las fuerzas que trabajaron en la creación del mito de Jack: la decadente aristocracia del imperio y sus sociedades secretas, la corrupta fuerza policial que le servía, la industria periodística que estableció el prototipo de la prensa sensacionalista británica actual, las víctimas, en general tratadas como estadísticas, como desechables, que tienen aquí una voz, una familia, son hijas, hermanas, madres. No son su oficio, son seres humanos, son mujeres, las más oprimidas por el sistema. Pero ante todo, el asesino, cuya identidad real es irrelevante. A través de sus acciones y sus ojos, Moore nos revela el cuadro completo, enmarcado en la sociedad victoriana y plasmado en el lienzo de la ciudad más grande y cosmopolita de la época: Londres.
Apoyado en el enorme imaginario colectivo, formado en torno a los crímenes y la figura del Destripador, aparecen los temas esenciales de la narración en una cascada en ocasiones abrumadora: Imperialismo, anti-semitismo, teorías de conspiración, la naturaleza de la violencia, arquitectura arcana, proyecciones temporales, la historia de Inglaterra, la misoginia y el surgimiento del modernismo, son algunos de los más evidentes en una deconstrucción con el sello característico de la pluma de Alan Moore.
From Hell habla de la putrefacción en el centro de la cultura y la sociedad occidentales, manifiesta en nuestras propias psiques. Señala a una sociedad que participa activamente o en complicidad, al tiempo que denuncia la incapacidad del autor y los lectores para escapar de la implicación en el acto violento original. Declara, para que no quepa duda, que lo principal en todo asesinato no es el acto en sí, sino “las teorías, la fascinación y la histeria que engendra, lo terrible es nuestro incansable y siniestro entusiasmo”.
El arte de Eddie Campbell mantiene un balance calculado pero auténtico para describir un tema que fácilmente pudo apoyarse en lo sangriento o grotesco. Retrató lo cotidiano apegándose a la atmósfera del periodo, y logró con ello capturar lo terrorífico y oscuro de la realidad victoriana. A la pregunta necesaria de si la versión a color añade algo, ¿en mi opinión? Sí. Gracias a una paleta sobria y neutra, mantiene la identidad sombría del original, pero lo aclara y lo redimensiona.
Y no sólo fue colorearlo, pues Campbell también recreó muchas de las viñetas que no le satisfacían por completo. Adicionalmente, esta edición, al final de cada número, incluye el apéndice que anota página a página la razón sustentada de las escenas, y omitir su lectura sería como leer únicamente los globos de diálogo en Watchmen.
En suma: From Hell es un comic fundamental, una disección magistral de los tiempos que vivimos y que en 2020 resuena con más fuerza que nunca. Es una de las obras torales en la historia del cómic y de la bibliografía entera de Moore. Ésta es una magnífica oportunidad para retomarla o acercarse a ella por primera vez, pues su lectura es indispensable.